domingo, 1 de febrero de 2015

La clase política




La clase política, mansurrona, lanar... y corrompida


LUIS MARÍA ANSON (12/01/2012)

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LOS POLÍTICOS españoles se caracterizan por su apabullante mediocridad. Son segundas o terceras filas en sus profesiones. A varios ministros y ministras de Zapatero yo no les hubiera contratado ni como auxiliares de redacción en mi periódico. Pero mediocridades aparte, la opinión pública empieza a identificar a la clase política con la corrupción. Y sería injusto generalizar. Nuestros políticos son más bien cortitos, pero honrados. Y lo son en su inmensa mayoría, aunque los casos de corrupción se estén multiplicando de forma alarmante.
«Consumíamos mi jefe y yo cocaína a diario, pagada con el dinero de la subvención», ha declarado Juan Francisco Trujillo, chofer de Javier Guerrero, exdirector general de la Junta de Andalucía. Con parte del dinero público destinado a paliar el efecto de los eres, el político y su asistente se dedicaban a correrse las grandes juergas y a drogarse con cocaína de gran pureza y alto precio. El ciudadano medio, al leer semejante despropósito, ya ni se indigna. Da por hecho que con su dinero, con el que le sangran a través de unos impuestos casi confiscatorios, los políticos se dedican al despilfarro, la suntuosidad y la juerga. A darse la gran vida.
Desde hace dos años, por ejemplo, vengo denunciando la trampa de las llamadas empresas públicas, creadas por las cuatro Administraciones, sin otro objetivo muchas veces que colocar en ellas a parientes, paniaguados y enchufados de los partidos políticos y las centrales sindicales. El Gobierno de la nación, imitado con entusiasmo por las comunidades autónomas, las diputaciones provinciales y los ayuntamientos, ha impulsado la puesta en marcha de esa caravana interminable de las empresas públicas que enjugan sus pérdidas con las lágrimas de los contribuyentes.
Un ilustre periodista, desde Valencia, ha denunciado un caso que puede servir de botón de muestra de la verdadera faz de la inmensa mayoría de las empresas públicas, que ahora Mariano Rajoy pretende embridar y ya veremos si lo consigue. Se trata de Emarsa (Entidad Metropolitana de Aguas Residuales Sociedad Anónima). Aparte de enchufar en ella a los paniaguados de los partidos políticos, sus directivos, nombrados también a dedo por la clase política, se han dedicado al pillaje en la administración de esa empresa pública.
Cargaron a Emarsa, según el periodista al que me he referido, abultadas cifras de dinero con el fin de comprarse, para ellos y sus familias, bolsos de marca, bolígrafos de lujo, joyas de firma, relojes exclusivos, ropa de alta moda, cestos de bebé, circuitos de spa, alquiler de vehículos de gran cilindrada…
Se obsequiaron con viajes gratis total a muchas de las ciudades más caras del mundo, acompañados por sus familias y sin regatear un solo gasto en ese ejercicio de alto turismo reservado para milmillonarios. Asimismo, esos directivos presuntamente corruptos cargaron a la cuenta de Emarsa 300.000 euros en almuerzos y cenas. En el año 2009, por ejemplo, y en plena crisis, las comilonas en marisquerías superaron los 92.000 euros.
Contrataron los directivos de Emarsa a empresas que facturaron el transporte de más toneladas de lodos de las que generaba la planta, aparte de camiones tan ultrarrápidos que Fernando Alonso se ha interesado por ellos. Salían de la empresa en Valencia, llegaban a Requena, a 68 kilómetros de distancia, descargaban y regresaban en menos de 15 minutos. Pagaron también los directivos de Emarsa reparaciones de maquinaria que no existía y adquirieron, para 32 puestos de trabajo informatizados, 164 teclados y 149 ratones. Tenían los mencionados directivos tal confianza en sus proveedores que se llegaron a facturar 1'8 millones de euros, «con un acuerdo verbal».
El exgerente de Emarsa, Esteban Cuesta, que ingresó presuntamente en su cuenta 251.000 euros en efectivo, contrató, por indicación del expresidente Enrique Crespo, a varias personas que solo acudieron a la empresa para cobrar. El Gobierno valenciano, ante administración tan rigurosa y austera, solo se vio obligado a triplicar los fondos destinados a enjugar las pérdidas de Emarsa, que en tres años pasaron de 6'4 millones de euros a 18'4. ¿Para cuándo, en fin, el libro blanco que diga la verdad sobre las cerca de 4.000 empresas públicas inventadas por las cuatro Administraciones del Estado?
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.

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