¿Reforma constitucional?, ¿Para qué?
Artículo
de José Bidaria.
No niego que haya
aspectos de la actual Constitución española que necesitan actualización. Pero
de todas las cuestiones que las fuerzas políticas proponen actualizar hay una
que plantea serios interrogantes y que constituye por sí misma una enmienda a
la totalidad de la actual Constitución. Me estoy refiriendo a la introducción o
no del derecho de autodeterminación de las Comunidades Autónomas. Este
planteamiento pondría en cuestión cuál debe ser el sujeto de la soberanía
popular. La contestación a esta pregunta tiene varias respuestas según el color
político de quien la responda. Las posiciones se articulan principalmente en torno
a dos polos opuestos: los que creen que la soberanía reside en el conjunto del
pueblo español, tal como señala actualmente la Constitución, y la de aquellos
que creen que, reconociendo el derecho de autodeterminación, la soberanía puede
recaer, en distinta medida, en las Comunidades Autónomas que conforman el
“Estado Español”. Las posiciones concretas de ambas posturas se resumen de la
manera siguiente:
Los
partidarios de la soberanía única e indivisible en manos del pueblo español.
En primer lugar, la de
aquellos que piensan que el sujeto de la soberanía no debe tocarse. Sólo cabría
modificar aspectos menores de la Constitución para ponerla a la altura de los
tiempos.
En segundo lugar, la de
aquellos que, situados en uno de los extremos, opinan que no se debe variar el
sujeto de la soberanía nacional. Piensan además que se debe tocar la
Constitución para centralizar ciertas competencias asumidas en la actualidad por
las Comunidades Autónomas (educación, sanidad, medio ambiente, policía, etc.).
En tercer lugar, están
los que piensan que asegurando y sellando las competencias de las Comunidades
Autónomas, mediante una Constitución federal, con un acuerdo entre las partes,
se podría solucionar el descontento actual de algunas de esas Comunidades,
especialmente de aquellas llamadas históricas.
Los
partidarios del derecho de autodeterminación de las Comunidades Autónomas que
cuestionan la soberanía única.
En este apartado se
sitúan en primer lugar los que son partidarios de reconocer el derecho de
autodeterminación de las Comunidades, aunque no serían partidarios de la
independencia. Se procedería en este caso a realizar las reformas
constitucionales pertinentes respetando en grandes líneas el marco actual.
En segundo lugar
aquellos que, ejerciendo el derecho de autodeterminación, creen que la única
solución sería lograr la independencia de las Comunidades que lo deseen, si la mayoría
de su población lo desea.
Finalmente están
aquellos que, reconociendo el derecho de autodeterminación, se inclinan por una
fórmula confederal. Aquí se trataría de articular una forma de unión con otras
Comunidades, dejando prácticamente unos pocos lazos de unión en el Estado
central y reservándose para si la mayor parte de las competencias de los
servicios públicos. Siempre estaría abierta la puerta a su salida de la
confederación si la población de la Comunidad autónoma así lo desea y de esta
manera poder acceder a la independencia.
Estos son los
planteamientos principales de la cuestión de la soberanía en una posible
reforma constitucional y que constituye el mayor reto en la reforma de la misma.
Ante estos planteamientos vuelvo al título de este artículo. ¿Es posible la
reforma constitucional? ¿Para qué?
Resulta difícil
conciliar las posiciones. En principio la postura socialista de Constitución
federal parece una postura conciliadora. Pero la realidad es muy tozuda y se
impone. Después del 9-N del 2014, el
nacionalismo ha demostrado que su objetivo no es cambiar la Constitución, sino derogarla, y la insistencia
socialista en reformarla para hacer frente al desafío es un error histórico,
porque implica descargar la responsabilidad del problema en el texto constitucional,
y no en la deslealtad nacionalista. En un asunto de Estado, el PSOE vuelve a
estar en el sitio equivocado.
Todo ello me lleva a pensar que el deterioro del
régimen político español es tal que el principio de legalidad se tambalea; y
que las relaciones de fuerza nos indican que ni el soberanismo tiene capacidad
para romper unilateralmente con éxito con España, ni el Gobierno español es
capaz de neutralizar al soberanismo de forma eficaz. De esta realidad debería
partir cualquier estrategia política.
Mi postura es que en el
tema de la soberanía los dos bloques de pensamiento descritos ocupan posiciones
antagónicas totalmente irreconciliables. Por ello, el acuerdo con los
dirigentes actuales resulta imposible. Tal vez la solución esté en una nueva
generación de dirigentes políticos.
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