Presos y realidad social
ROGELIO ALONSO, EL CORREO 25/03/13
Los actos de la barbarie etarra aparecen como una anécdota
lejana en ese lenguaje que miente con la intención de favorecer los intereses
de los presos.
La izquierda
nacionalista radical y ETA encuentran aliados en algunos partidos democráticos
al exigir una «flexibilización de la política penitenciaria». Ese eufemismo
aparentemente inocuo esconde la exigencia de injustos beneficios para
terroristas condenados por delitos de extrema gravedad. Lo hace presentando esa
aspiración del entorno etarra como condición necesaria para un loable fin como
la erradicación de la violencia. Sin embargo, estos artificios retóricos
distorsionan la realidad del terrorismo, facilitando la difusión de la
responsabilidad que sólo ETA –y no el Estado– debe asumir. Con ese fin se
exigen cambios en la política penitenciaria apelando a una supuesta «nueva
realidad social» que diluye interesadamente el terrorismo, pero bajo la que
subyacen amenazas veladas: si el Gobierno resiste la coacción política y social
con la que se le presiona, rechazando beneficios a asesinos convictos y colaboradores
de una organización terrorista como ETA, el Estado será responsable de
obstaculizar lo que la banda denomina un horizonte de paz, o sea, un escenario
de impunidad.
La manipulación
se completa apelando a una legalidad que, aducen, «obliga» a «hacer gestos»
ante una «nueva realidad social». Ese hipotético «nuevo tiempo» es el pretexto
para exigir cambios a los que en absoluto obliga la ley. Se desvía así la
atención de una realidad política y social diferente: los presos de ETA se
niegan a cumplir los requisitos que el Código Penal ya les brinda, con no poca
generosidad, para obtener beneficios penitenciarios. Se intenta además eliminar
la necesaria rendición de cuentas que la ley exige mediante la función
retributiva que la pena debe contener. La insistente repetición de tan
engañosas ideas disfraza una realidad que, sin embargo, existe y no debería
ignorarse si se desea evitar que la violencia y su amenaza dejen de reportar
beneficios a quienes las practican.
Los actos de la
barbarie etarra aparecen como una anécdota lejana en ese lenguaje que miente
con la intención de favorecer los intereses de los presos. Se prioriza en
cambio una ‘realidad social’ que descriminaliza a quienes siguen sin asumir su
responsabilidad y su culpa por las flagrantes violaciones de los derechos
humanos cometidas. Esa ‘nueva realidad social’ ofrece a los presos la coartada
para eludir la reparación por el daño infligido a nivel individual y colectivo
mediante la deslegitimación del terrorismo practicado, el riguroso cumplimiento
de sus penas y la colaboración para esclarecer los cientos de asesinatos sin
resolver.
Ya en 2007, al
justificarse cesiones al entorno terrorista con trampas similares, Maite
Pagazaurtundua denunció: «Se habla con frivolidad de los días sin muertos. No son
días sin muertos, son días sin atentados, porque los asesinatos son
irreversibles, y cada día desde el asesinato de un ser humano es para sus seres
queridos un día más con muerto, porque el duelo del terrorismo no se cierra
mientras no se realiza justicia, la concreta de que los responsables encaren su
responsabilidad ante la sociedad, y la general que consiste en derrotarlos, no
en apañarse con los que no han respetado la vida y la dignidad de los demás y
no se sienten responsables por todo ello».
Quienes apelan a
la ‘realidad social’ y al cumplimiento de la ley para propugnar una impunidad
encubierta ocultan que negar a los presos de ETA inmerecidos beneficios no solo
es legal sino, además, eficaz. Lo demuestra la impunidad política de la que hoy
gozan los representantes de ETA en las instituciones democráticas después de
que su legalización llegara sin la disolución de la banda: a pesar de incurrir
en los supuestos que el Constitucional y el Gobierno definen como intolerables
su comportamiento carece de sanción. Estas formas de impunidad contribuyen a
falsear la dimensión política del terrorismo, pues evidentemente los etarras no
son presos políticos, al contrario de lo que proclama su propaganda, pero sí
asesinos que han asesinado para imponer un proyecto político que aún
justifican. Esa dimensión política es la que obliga a rechazar una distinción
favorable para criminales a los que precisamente por el hecho de haber
recurrido al terrorismo se les ofrece una indulgencia impensable para otros
violadores de derechos humanos.
Estas
injusticias poseen graves consecuencias políticas y sociales. Las
reivindicaciones a favor de los presos etarras, ya sea en la forma de
excarcelaciones anticipadas y escalonadas o acercamientos, no son ajenas a los
objetivos políticos del movimiento terrorista. Mediante esas apelaciones a una
perversa normalización que normalice la impunidad se pretende instaurar una
nueva transición con la que suplantar aquella que permitió el tránsito de un
régimen dictatorial a la democracia. Se persigue anular el proceso de
transición y democratización, considerado por muchos nacionalistas como un
periodo no plenamente democrático al no haber incorporado a ETA y a la
izquierda nacionalista radical. Así pues, se corre el riesgo de legitimar la narrativa
terrorista que ha presentado la democracia española como carente de
legitimidad, justificando en consecuencia el terrorismo. Ese sería el resultado
que acarrearía la descriminalización de los asesinatos cometidos por ETA, como
sucedería si se aceptara la innecesaria e injusta «flexibilización de la
política penitenciaria» por la que se presiona no solo desde el entorno
terrorista.
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