LA TRAICIÓN REVELADA
Artículo de Rosa Diez.
Publicado en El Mundo el 6-11-2011.
He dudado mucho antes de sentarme a escribir este
artículo porque siento un profundo desasosiego ante la cuestión que voy a
abordar.
Nunca se está suficientemente preparado para
conocer y reconocer el mal; siempre se abriga una esperanza, aunque sea ligera,
de que las cosas no sean tan horribles como aparentan.
Pero llega un momento en que no cabe ya albergar
ninguna duda. Es ese momento en el que quien ha hecho el mal se siente impune,
presume de sus fechorías e incluso quiere ganar dinero con el relato de las
mismas.
El golpe llega cuando el macguffin de la paz deja
de ser tal y se convierte en espanto; la bofetada, inmisericorde, golpea cuando
lo perpetrado por quienes tienen el encargo de velar por que se cumpla la ley y
se haga justicia hacen cosas que serían perseguibles de oficio en cualquier
país en el que la separación de poderes fuera algo más que una declaración
constitucional. Pero el shock definitivo se produce cuando ese complot contra
el orden instituido se pone en evidencia y nadie reacciona, y no pasa nada.
Hago estas consideraciones tras leer las dos
primeras entregas del diario de la negociación entre el Gobierno y ETA escrito
en comandita por el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren, y el
periodista de cabecera de José Luis Rodríguez Zapatero, Luis Rodríguez
Aizpeolea.
Dos hombres que estuvieron en los pormenores de
la traición tantas veces negada y
tantas veces consumada por el Gobierno socialista y el PSOE.
Dos hombres que cuentan ahora con todo lujo de
detalles lo que hicieron mientras lo desmentían e insultaban de paso a quienes
lo denunciábamos y criticábamos; no me sorprende que los que nos vendieron ante
ETA quieran vendernos ahora su historia de indignidad y sacar suculentos
dividendos con ello.
Pero me asusta la falta de respuesta democrática
ante estos hechos; me da más miedo el silencio que la propia traición.
Es, una vez más, el síntoma de una sociedad democráticamente imberbe,
falta de cuajo, necesitada de una profunda regeneración. Una sociedad
decente no aloja en su seno gobernantes dispuestos a mentir en nombre de una
paz que no encierra sino la renuncia a defender los valores democráticos.
En un país
que se respete a sí mismo no hay espacio para quienes traicionan los principios
democráticos; tampoco lo hay para quienes por cálculo y/o por cobardía callan y
otorgan.
El silencio tiene muchas caras. Quizá haya quien
calla porque espera repartirse dividendos, aunque se opusiera cuando el proceso
de claudicación ante ETA estaba en marcha; otros piensan que el fin justifica
los medios, así que si ETA no mata no vale la pena pensar cuál ha sido el
precio pagado.
Luego están los que se buscan una coartada para
no hablar del asunto, los que prefieren mirar para otro lado mientras se
proclaman amantes de la paz.
Son esas gentes que lo único que buscan es que
les dejen en paz, seguir con su vida, no comprometerse con nada ni con nadie;
son los que prefieren olvidar que centenares de españoles, conciudadanos suyos,
arriesgaron y perdieron la vida para defender sus libertades.
Están también los que han llegado a la conclusión
de que los enemigos de la paz somos nosotros, los que no estamos dispuestos ni
a olvidar ni a callar; nos llaman intransigentes y nos culpan del mantenimiento
del conflicto; a veces son los mismos que siempre acompañaron la estrategia de
mimetizarse con la bestia para humanizarla; algunos nos odian más que a ETA porque
no les dejamos que vivan en paz con su mala conciencia y con su mentira.
La historia de la indignidad de principios del
siglo XXI en España tardará tres o cuatro generaciones en escribirse. Hará
falta tiempo para que tomemos distancia, para que los protagonistas no se
sientan culpables por acción u omisión, para que puedan hablar de ello sin
pedir perdón en primera persona.
Y es que la historia de la indignidad tiene
algunos nombres propios, pero los protagonistas han hecho su trabajo miserable
porque una ingente mayoría de ciudadanos cobardes lo han permitido. Por eso
digo que hace falta tiempo para que alguien cuente a nuestros nietos la verdad
de este tiempo oscuro; porque quien más y quien menos ha sido cómplice de la
felonía.
Sé que mucha gente que me tiene simpatía
preferiría que no escribiera sobre estas cosas. Habrá quien me llame exagerada,
quien me recrimine la crudeza de los términos que empleo, quien me acuse de no
ser objetiva por ser vasca... Pero me consta que hay muchísimas personas que no
tienen una tribuna en la que decir lo que piensan y que se encuentran tan
aturdidas y avergonzadas ante la traición desvelada como yo; por eso no
callaré.
Aunque a nadie represento, no callaré en nombre
de los más de 300 crímenes de ETA que aún no han sido juzgados; no callaré en
nombre de todos los que siempre creímos que con ETA no cabe negociación
política alguna, que si se empieza a hablar con la banda terrorista de una sola
de las reivindicaciones en cuyo nombre instauraron la primera víctima ya se ha
traicionado a la democracia; no callaré en nombre de los que nos negábamos a
creer que el PSOE pudiera caer tan bajo; no callaré en nombre de tantos
compañeros y amigos que fueron asesinados por ETA mientras la banda hablaba con
sus jefes de filas; no callaré en nombre de tantos hombres y mujeres buenos que
vinieron desde pueblos remotos de España a recoger a sus hijos muertos, a sus
maridos asesinados, a sus hermanos, a sus padres...; no callaré en nombre de
todos esos nombres propios que no conocemos, de todas esas fotos de carné en
blanco y negro que nos recuerdan cada día que hay asesinos vivos que aún no han
sido juzgados, que aún no han pagado por sus crímenes.
No callaré porque un día creí en alguno de ellos,
de los culpables de la traición; no callaré porque creí que me decían la verdad
quienes siguen dirigiendo el Partido Socialista Obrero Español; no callaré
porque me mintieron cuando pregunté si estaban negociando con ETA en el 2004,
en el 2005, en el 2006...
No callaré porque nos engañaron a todos, porque
siguieron negociando mientras los cuerpos de las víctimas aún estaban
calientes; no callaré porque lo hicieron premeditada y alevosamente, porque
fueron cobardes y mentirosos, porque nos faltaron al respeto. No callaré porque
hemos de defender la democracia de sus enemigos y también de aquellos que no
están dispuestos a protegerla.
Tampoco callaré ante el silencio estruendoso de
quienes tienen más voz que yo pero prefieren callarse.
No callaré ante la hipocresía ni ante el cálculo
partidista; no callaré para tener la fiesta en paz; no callaré si se empiezan a
archivar expedientes, si se pone sordina, si se extiende el cloroformo, si
deciden que por la paz un avemaría...
No callaré mientras haya un solo crimen de ETA
sin juzgar, mientras una sola familia no haya podido hacer su duelo, no conozca
el nombre de los asesinos de sus seres queridos, no haya sido recompensada por
y con la justicia.
En España convivimos bien con la mentira; fíjense
que nuestro particular Chamberlain y su estratega ni siquiera reconocieron que
hubieran viajado a Múnich y a pesar de la mentira y de sus consecuencias
millones de españoles siguieron votándoles.
Es desolador, lo sé; pero yo me niego a aceptar
que no nos quede otro remedio que vivir en una sociedad que no se avergüenza de
su indignidad colectiva; sé que existen millones de españoles esperando una
señal para despertar de este letargo que les ha llevado a considerar la baja
calidad de nuestra democracia más como una atmósfera que como un accidente, que
diría Chesterton. Por eso, porque tengo fe en el ser humano, sigo escribiendo
sobre estas cosas.
Por eso y porque hay 852 conciudadanos nuestros
que ya no pueden hacerlo y que fueron asesinados para que otros pudiéramos
seguir disfrutando de nuestra vida en compañía de nuestros seres queridos.
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