La España invertebrada.
Pedro G. Cuartango (El Mundo, 18-4-2012)
‘Mutatis
mutandis’, bastantes de las cosas que estamos leyendo estos días se asemejan a
las crónicas y los comentarios de 1898, el año en el que España perdía sus
últimas colonias, una grave crisis económica agudizaba la miseria y el sistema
político entraba en barrena tras el agotamiento del modelo de alternancia de
Cánovas y Sagasta. Muchos intelectuales creían entonces que España se hundía
irremisiblemente en el cieno de la Historia, lastrada por unas instituciones
incapaces y por la imposibilidad de hacer frente al futuro.
Hoy los problemas son distintos, pero podríamos
identificarnos con las lamentaciones de Unamuno, Ganivet, Valle-Inclán o Blasco
Ibáñez. «Esto es una miseria, una completa miseria», escribía Unamuno para
abominar de una España secuestrada por los duques, los canónigos y los
barberos.
Ahora echamos la culpa a Zapatero, a los mercados y a
Angela Merkel y en lugar de perder las colonias hemos perdido YPF, pero España
sigue anclada en muchos de sus dilemas del pasado, sin poder dar una respuesta
eficaz a la crisis económica y con una clase dirigente totalmente
desprestigiada por la corrupción y la falta de ejemplaridad, empezando por el
Jefe del Estado.
La prima de riesgo, el endeudamiento, el deterioro de
la competitividad, la esclerosis de las instituciones, el despilfarro y la
ausencia de liderazgo no son fenómenos que nos han caído del cielo como el
granizo sino que se han ido gestando durante muchos años. Pero como la
situación económica era buena y el nivel de vida se iba elevando, todos
mirábamos para otro lado. Es lo que hemos hecho, por ejemplo, con la conducta
del Rey y su familia.
Lo diré más claramente: los banqueros sólo se han
preocupado de ganar dinero, los sindicatos de aumentar sus privilegios, los
políticos de consolidar su poder, las televisiones de incrementar su audiencia
y los artistas de seguir comiendo en el pesebre. Lo único que ha valido en los
últimos años es el «ande yo caliente y ríase la gente» mientras eran ahogadas
todas las voces críticas con el sistema y los intentos de regeneración de la
vida política.
Nuestro pecado ha sido no tomarnos en serio las
palabras, fingir que todo iba bien. Nos hemos llenado la boca de conceptos como
democracia, participación y solidaridad, que se han ido deteriorando hasta no
significar nada. Los partidos predican la transparencia, pero lo ocultan todo
sobre su financiación y funcionamiento. Los gobernantes hablan de recortar el
gasto en sanidad y educación, pero no tocan ni uno solo de sus privilegios. Los
financieros pregonan la moderación salarial, pero ellos ganan en un día lo que
un taxista en tres meses.
No todos compartimos la misma responsabilidad, pero
todos vamos a pagar un alto precio por los errores cometidos. Se avecinan
tiempos muy duros, pero nadie tiene derecho a quejarse porque nos hemos ganado
a pulso colectivamente lo que está sucediendo. La culpa es nuestra y de nadie más.
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