domingo, 1 de febrero de 2015

La España invertebrada




La España invertebrada.


 Pedro G. Cuartango (El Mundo, 18-4-2012)

 

‘Mutatis mutandis’, bastantes de las cosas que estamos leyendo estos días se asemejan a las crónicas y los comentarios de 1898, el año en el que España perdía sus últimas colonias, una grave crisis económica agudizaba la miseria y el sistema político entraba en barrena tras el agotamiento del modelo de alternancia de Cánovas y Sagasta. Muchos intelectuales creían entonces que España se hundía irremisiblemente en el cieno de la Historia, lastrada por unas instituciones incapaces y por la imposibilidad de hacer frente al futuro.
Hoy los problemas son distintos, pero podríamos identificarnos con las lamentaciones de Unamuno, Ganivet, Valle-Inclán o Blasco Ibáñez. «Esto es una miseria, una completa miseria», escribía Unamuno para abominar de una España secuestrada por los duques, los canónigos y los barberos.
Ahora echamos la culpa a Zapatero, a los mercados y a Angela Merkel y en lugar de perder las colonias hemos perdido YPF, pero España sigue anclada en muchos de sus dilemas del pasado, sin poder dar una respuesta eficaz a la crisis económica y con una clase dirigente totalmente desprestigiada por la corrupción y la falta de ejemplaridad, empezando por el Jefe del Estado.
La prima de riesgo, el endeudamiento, el deterioro de la competitividad, la esclerosis de las instituciones, el despilfarro y la ausencia de liderazgo no son fenómenos que nos han caído del cielo como el granizo sino que se han ido gestando durante muchos años. Pero como la situación económica era buena y el nivel de vida se iba elevando, todos mirábamos para otro lado. Es lo que hemos hecho, por ejemplo, con la conducta del Rey y su familia.
Lo diré más claramente: los banqueros sólo se han preocupado de ganar dinero, los sindicatos de aumentar sus privilegios, los políticos de consolidar su poder, las televisiones de incrementar su audiencia y los artistas de seguir comiendo en el pesebre. Lo único que ha valido en los últimos años es el «ande yo caliente y ríase la gente» mientras eran ahogadas todas las voces críticas con el sistema y los intentos de regeneración de la vida política.
Nuestro pecado ha sido no tomarnos en serio las palabras, fingir que todo iba bien. Nos hemos llenado la boca de conceptos como democracia, participación y solidaridad, que se han ido deteriorando hasta no significar nada. Los partidos predican la transparencia, pero lo ocultan todo sobre su financiación y funcionamiento. Los gobernantes hablan de recortar el gasto en sanidad y educación, pero no tocan ni uno solo de sus privilegios. Los financieros pregonan la moderación salarial, pero ellos ganan en un día lo que un taxista en tres meses.
No todos compartimos la misma responsabilidad, pero todos vamos a pagar un alto precio por los errores cometidos. Se avecinan tiempos muy duros, pero nadie tiene derecho a quejarse porque nos hemos ganado a pulso colectivamente lo que está sucediendo. La culpa es nuestra y de nadie más.

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