La voracidad de la clase política y la casta sindical
El Mundo 04/09/2012 - LUIS MARÍA ANSON
No es solo la Generalidad de Cataluña la que se gasta el oro y el moro en
una red de empresas paralelas. Son todas las Comunidades Autónomas las que lo
hacen, sean del PSOE, del PP o de otros partidos. El despilfarro a lo
nouveauriche de las 17 Autonomías no conoce límites. Y así nos luce el pelo de
la dehesa en la Europa atónita. El café para todos de Suárez, Abril y Clavero
Arévalo fue una gracieta celebrada por los botafumeiros de la época que iba a
engendrar de forma inevitable los lodos de estos 17 Estados de pitiminí que
padecemos.
Los partidos políticos, igual que los sindicatos, se han convertido en
agencias de colocación y en un estupendo negocio a costa de los impuestos con
los que se sangra de forma casi confiscatoria a los ciudadanos. Hemos pasado de
600.000 empleados públicos en 1977 a 3.200.000 increscendo. Los contribuyentes
pagan además de los sueldos de esos funcionarios, en gran parte amiguetes,
parientes y paniaguados elegidos a dedo por los dirigentes políticos y
sindicales, pagan, digo, sus vacaciones, sus moscosos, sus puentes, sus viajes
gratis total, sus prebendas, su seguridad social, sus jubilaciones, el
mantenimiento de sus lugares de trabajo, su limpieza, su calefacción, su aire
acondicionado, sus teléfonos, su seguridad y el material de sus oficinas. Pero
como las cuatro Administraciones del Estado -la central, la autonómica, la
provincial y la municipal- difícilmente dan ya para más empleo, los partidos
políticos han creado una red interminable de empresas, fundaciones y entes
públicos, cuyo número supera la cifra de 4.000. Casi todas estas camelancias
son altamente deficitarias y viven del presupuesto del Estado, igual que los
partidos políticos y la casta sindical. No tienen otra utilidad que incrementar
el gasto con la colocación en ellas de los enchufados por los partidos y los
sindicatos.
Roberto Pérez ha desvelado que los dirigentes catalanes han empleado a
¡53.000 personas! en el entramado de sus empresas públicas, consorcios y
fundaciones y que la Generalidad derrocha más de 2.000 millones de euros en
subvencionar a estas creaciones, muchas de las cuales son puros engendros. Los
datos aportados por Roberto Pérez enrojecerían las mejillas del sinvergüenza
con la cara más dura. Pero aquí no pasa nada. El despilfarro se sufraga con el
mayor cinismo subiendo el IVA y multiplicando los impuestos. Y que paguen los
ciudadanos que a los políticos y a los sindicalistas les corresponde vivir a
cuerpo de rey, dando el menor golpe posible y disfrutando de la vida.
Las cifras ahora desveladas de la realidad catalana no constituyen un caso
aislado. En las demás Comunidades Autónomas ocurre aproximadamente lo mismo.
Desde hace diez años al menos vengo arando en el agua al denunciar la desmesura
del gasto público y la voracidad de los partidos políticos. Como el despilfarro
generalizado nos ha conducido a bordear la quiebra del Estado al explosionar la
crisis económica internacional, la clase política ha aceptado establecer
algunas fórmulas de austeridad, si bien se mantienen las prebendas de los partidos
políticos y de los sindicatos que deberían gastar exclusivamente lo que
ingresan a través de las cuotas de sus afiliados pero que el 90% del dinero que
derrochan es público.
El escándalo ha llegado a extremos de tan grueso calibre que la gente en
general está que brama. No comprende que no se les caiga la cara de vergüenza a
Rajoy, a Rubalcaba, a Cayo Lara, a Griñán, a Artur Mas y demás cómplices de la
banda política, cuando las encuestas solventes sitúan en tercer lugar, entre
los diez graves problemas que atosigan a los españoles, a los partidos
políticos. Hay que tener el rostro de cemento armado para no enrojecer ante
tamaña bofetada propinada por la ciudadanía a la que dicen representar.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
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