El derecho a decidir ¿para qué?
Artículo de José Bidaria
Por derecho a decidir,
en su sentido más amplio, se entiende el derecho
a la participación política propio de los derechos ciudadanos en las
democracias.
Sin embargo, el derecho
a decidir, sin más concreciones, no existe en ninguna norma constitucional o
internacional. La participación política ciudadana viene acotada, en el espacio
y en el tiempo, por lo que marcan las leyes de cada país y muy específicamente
por los límites que imponen la Constitución como ley de leyes. Por tanto no es
válido extender el derecho a decidir a todo el campo de la acción política.
Debe determinarse ese derecho para un
fin determinado en el espacio y en el tiempo.
El
problema surge cuando se quiere ejercer ese derecho
colisionando con otros derechos primarios anteriores que es preciso determinar
en el espacio y tiempo. Así, el derecho a decidir
sobre la autodeterminación de un territorio que forma parte de un Estado.
En este caso concreto, el ejercicio de ese derecho puede entrar en conflicto al establecer quién es el sujeto de la soberanía para ejercer tal derecho.
Y aquí surge el conflicto entre los que dicen que el sujeto de soberanía es
indivisible y reside en el conjunto de la ciudadanía de un Estado y aquellos
que desean que ese derecho sea reconocido, en lo tocante a la
autodeterminación, en aquella parte del territorio, dentro de ese Estado, que
quiera ejercerlo por entender que existen derechos históricos, sentimientos
nacionales o diferencias étnico-lingüísticas que deben ser reconocidas y les
hacen acreedores a ejercer ese derecho.
La defensa numantina de
ambos extremos es irresoluble. Por ello, el problema de la configuración política
de un Estado democrático allí donde confluyan diferentes sentimientos
nacionales, es uno de los grandes retos que tienen ese tipo de Estados y es de
muy difícil solución. Se requieren
mayorías cualificadas para dotar a esos Estados de una estabilidad
institucional. De otra manera la estabilidad será solamente coyuntural y a
largo plazo la inestabilidad será la norma recurrente en el tiempo.
Lo malo es que la inestabilidad trae consecuencias muy
negativas, tanto de orden interno como externo. Por un lado, las de orden
interno, de consecuencias imprevisibles para la gobernabilidad de cualquier
gobierno en el mejor de los casos. De otra, las de orden externo socabarían la
confianza de otros países hacia el Estado de que se trate y de manera muy
especial por la falta de confianza de las instituciones financieras que
impedirían acudir a los mercados financieros con el consiguiente deterioro de
la economía y como consecuencia de ello el empobrecimiento del país o el
colapso económico.
Es como para pensarlo
seriamente y dejarse de eufemismos que tratan de confundir.
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