¡Qué malo puede ser Dios!
Extracto del artículo de JESÚS LAÍNZ.
LIBERTAD DIGITAL (14/02/15)
Lo que define al ser humano, más que por ser racional,
es el ser religioso. Los creyentes reivindican el ”impulso
religioso” como prueba de la existencia de Dios, que habría colocado en
nuestro interior ese deseo innato de religarnos con él. Los no creyentes, por
el contrario, afirman que dicho impulso no es más que el refugio irracional
ante el miedo a la muerte y la dificultad de aceptar que con ella se acaba
todo.
La clave del comportamiento de los hombres en nombre
de Dios no se encuentra, sin embargo, en Dios, sino en los hombres, pues el mal
que éstos hagan siguiendo imaginadas instrucciones divinas es culpa exclusiva
de ellos. Lo siento por los optimistas antropológicos, pero todo lo que tocan
los hombres, sobre todo cuando lo hacen en grupo, es susceptible de convertirse
en un horror; incluida la religión, ese impulso que, en teoría, debería tirar
de nosotros hacia arriba. Pero, lamentablemente, desde hace milenios la
religión ha servido sobre todo para que cientos de millones de personas se
entreguen a las más salvajes supersticiones. Y sin distinción alguna de dioses,
credos y culturas.
Ahí está, por ejemplo, la matanza de animales que los
nepalíes hacen cada cinco años en honor de la diosa Gadhimai: miles de búfalos,
cabras, ovejas y aves acuchillados por una turba de alucinados. ¡Ni El Bosco! Y
recuérdense los larguísimos siglos de guerras entre los seguidores de Mahoma y
los de Cristo, así como entre las diversas maneras de concebir a este último.
Porque el cristianismo, religión mayoritaria en Europa durante casi dos
milenios, no ha sido inmune al fanatismo, la ignorancia, la superstición
y la violencia.
El dominio cristiano en Europa fue incontestado hasta
la Edad Contemporánea y, para bien o para mal, ha sido la columna sobre la que
se sostuvo y se sigue sosteniendo eso que seguimos llamando Occidente. Pero lo
que es indiscutible es que en nuestra parte del mundo, construida moral,
cultural, artística, jurídica y políticamente sobre el cristianismo, aunque
sean cada día menos los fieles de esa religión, hace siglos que no se obliga a
nadie a profesar ninguna fe y mucho menos aún se prenden hogueras para castigar
a los enemigos de Dios.
Por el contrario, buena parte del mundo islámico sigue
anclada en una Edad Media de la que parece que tardará todavía siglos en salir.
Y si a eso se le añade el actual estado de la técnica, que permite, junto a las
hogueras y las lapidaciones traídas del pasado, los más sofisticados
instrumentos de matar del presente, el futuro no se presenta tranquilizador.
Por el bien de toda la Humanidad, el islam,
esa vía hacia la divinidad tan buena o tan mala, tan certera o tan falsa como
las demás, habrá de reflexionar mucho sobre sí mismo y sobre las sociedades
construidas a su sombra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario