viernes, 6 de febrero de 2015

Sufrimientos incomparables.



Sufrimientos incomparables


AURELIO ARTETA / Catedrático de Filosofía Moral de la UPV-EHU, EL CORREO (09/02/14).

Quienes purgan sus crímenes en prisión están vivos, sus víctimas ya no están en este mundo.


Cuando en un país se alían el simplismo teórico y el interés político más sectario, los resultados son nefastos. En el nuestro los nacionalistas llevan tiempo envenenando las conciencias con la cantinela de que tanto los presos etarras y sus familiares como los familiares de sus víctimas están sufriendo mucho. Que ese dolor al parecer equiparable basta para igualarles en sus presuntos derechos a ellos y a sus respectivas reivindicaciones. Y que la paz pública sólo vendrá de respetar por igual tales sufrimientos.

Creo que sólo unos ignorantes o unos desalmados pueden predicar este igualitarismo. Pues hay un rasgo evidente –y ruboriza tener que recordarlo– que distingue radicalmente a esos pesares. Quienes purgan sus crímenes en prisión están vivos y quienes fueron sus víctimas ya no están en este mundo desde su asesinato. Los allegados a los primeros, por mucho que les duela su ausencia, pueden visitarles y aguardar su vuelta al final de su condena. Los familiares de los asesinados ya no pueden hablar con ellos ni esperar nada de ellos, salvo (si son creyentes) reencontrarles en el cielo. No existe equiparación posible entre ambas situaciones penosas; su mera comparación ya es otro repugnante agravio a las víctimas. Por cruel que sea la vida carcelaria, ¿lo será tanto como aquellas muertes que ellos administraron?

De ahí, como primer paso, la importancia capital del arrepentimiento por parte de quienes han segado otras vidas. Será muy difícil ese reconocimiento para quienes tienen las manos manchadas de sangre. Pero si no hubiera confesión de los pecados y demanda de perdón, no sólo no habrá paz en el presente; tampoco en el futuro, al menos una paz segura y duradera. Ahora bien, ¿cómo van a arrepentirse esos criminales si, a su salida de la cárcel, les reciben como héroes o si en tantas instituciones de gobierno encuentran instalados a sus correligionarios? ¿Y cuando el PNV una vez más les comprende y disculpa? ¿Y si hay autoridades eclesiásticas que los amparan? ¿Y si el grueso de sus conciudadanos quiere pasar página y sobrevivir sin complicaciones…?

Uno piensa que es el momento también de que el nacionalismo vasco al completo entone su particular mea culpa, y esto resulta más difícil todavía. Porque la culpa no se limita sólo a los crímenes y, por tanto, no alcanza sólo a los criminales. Cualquier observador sensato sabe que esa responsabilidad, en otra medida, alcanza asimismo a quienes comparten los presupuestos y objetivos etnicistas de los criminales. Nos guste o no, la lección parece clara: primero es la justicia; la reconciliación vendrá después.

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