Comunidades autodestructivas
Joseba Arregi (05.02.2012)
Algún día dejaremos de preguntarnos quién
es verdadero vasco para preguntarnos cómo podemos ser mejores demócratas. Ese
día algo habremos avanzado.
Vivimos tiempos en los que a las fuerzas que impulsan uniones políticas
cada vez más amplias se les contraponen tendencias de separación y división.
Por eso suele ser necesario recordar que el carácter principal de la política
consiste en la unión. Si el ser humano es un animal político, lo es porque
busca y necesita la unión con otros seres humanos. Si se pierde de vista esta
característica de la política, esta termina no significando nada.
Quienes se alinean con las tendencias que buscan la separación y la
división como los elementos políticos de mayor importancia consideran que ellos
también buscan la unión, pero que se diferencian de otros en que definen de manera distinta los
elementos sobre los que se pueden construir las uniones políticas. En su
opinión, la unión política necesita de algún elemento suficientemente natural
como para garantizar esa unión.
Y ya que la raza hoy en día está descartada como la base natural de la
unión política, son otros los elementos que tienen que servir para sustentar
una verdadera unión política. Esos elementos son la lengua, la tradición
cultural, la religión en algunos casos, siempre el sentimiento de pertenencia. Algo que pueda hacer que una sociedad se
considere homogénea y a partir de esa homogeneidad pueda justificar la unión
política.
Es este razonamiento el que lleva a afirmar que España no es una nación
-entendida como una unidad de homogeneidad- puesto que en su territorio habitan
distintos sentimientos nacionales, distintas lenguas, distintas culturas y
tradiciones. Al contrario de España, Cataluña y Euskadi serían unidades
homogéneas, aunque la realidad empírica diga otra cosa.
Pero la pregunta a plantear es la siguiente: ¿es cierto que una unión
política necesita de una base natural, de una base de homogeneidad para
garantizar el éxito de la unión política? Hay evidencias sociológicas que permiten
ponerlo en duda. No pocos análisis del funcionamiento de comunidades sociales
basadas en características naturales compartidas, como la lengua, y sobre todo
el sentimiento de pertenencia al grupo en cuestión, ponen de manifiesto que, más
bien antes que más tarde, en dichas comunidades aparece el germen de la
división comunitaria. Pues cuando de sentimientos de pertenencia se trata,
siempre aparece alguien que sabe definir mejor que otros como hay que
pertenecer, quien está en posesión del sentimiento adecuado, siempre aparecerá alguien que pretenderá
que su sentimiento es más correcto, más acorde, mas grande, más puro que el de
otros.
La dinámica de la división está sembrada por el modo mismo de constitución
de la comunidad. El dinero se puede repartir, la tierra se puede repartir, una
herencia cuantificable se puede repartir, el poder se puede repartir. Pero el
sentimiento, la ortodoxia, la fe y la verdad no se pueden repartir, no se
pueden negociar, no son susceptibles de compromiso. Por eso las comunidades construidas exclusivamente
sobre el sentimiento de pertenencia compartido terminan subdividiéndose en
sectas, cuando son confesiones religiosas, o en nuevos partidos con pretensión
de mayor pureza doctrinal cuando se trata de ideologías políticas, en una
dinámica muy parecida al surgimiento y desarrollo de las sectas religiosas.
Algunos sociólogos hablan en estos casos de comunidades autodestructivas.
La razón de la destructividad de este tipo de uniones no es la falta de
liderazgo, no es la desidia, no es la corrupción: es la misma razón que sirve
para la unión la que explica la división permanente, el hecho de estar fundadas
en el sentimiento de pertenencia. Este fundamento plantea siempre la cuestión
de la pureza, de la ortodoxia, de la fidelidad a las esencias, de la verdad.
La política democrática es el descubrimiento de que es posible la unión
política sobre otros fundamentos cuyo eje es el de renunciar precisamente a
basarse en ese tipo de fundamentos naturales. La política democrática es la
búsqueda de la unión sobre bases políticas, artificiales si se quiere, no
naturales: la unión política democrática
se basa en la construcción del individuo como sujeto de derechos, libertades y
obligaciones, en la construcción del ciudadano por encima de, no contra o
en negación de, sentimientos de pertenencia, de identidades lingüísticas o
culturales. La unión política democrática consiste en renunciar a buscar, y por
supuesto a encontrar la verdad definitiva, la pureza definitiva, la ortodoxia
definitiva. Democracia solo es posible en el espacio de las verdades
penúltimas, en el compromiso imposible en la pureza y en la ortodoxia. Solo así
se garantiza unión en libertad.
En Euskadi algunos siguen empeñados en
preguntar por la verdad de las cosas, de los gobiernos, de las políticas, de los sentimientos, por su pureza, por su ortodoxia, por las
esencias. Y no se dan cuenta que esas mismas preguntas los incapacitan para
gobernar, pues son preguntas que no
dejan sitio a la democracia, a la unión política posible, porque están
cargadas de metafísica, de religión, de confesionalidad, haciendo imposible la unión de los diferentes, la única garantía de la
democracia.
Algún día dejaremos de preguntarnos quién es verdadero vasco para
preguntarnos cómo podemos ser mejores demócratas. Ese día algo habremos
avanzado.