La información ¿para qué?
Artículo de José Bidaria.
Estamos en la
era de la información. La información tiene tres pecados capitales: su silencio, la desinformación y la perversión de su lenguaje, la mentira. En el primer caso se trata de
que una determinada información no llegue a la ciudadanía a fin de evitar que
se forme una opinión o se desconozca un hecho. En el caso de la desinformación
se trata de una información interesada o intoxicación a fin de hacer que ésta
sea sesgada y esté al servicio de intereses extraños. Finalmente está la
perversión de su lenguaje y su corolario: la mentira, que responde a ese
intento de manipular al receptor de la información. Es decir cambiar las reglas
del sentido común para convertir en normal lo anormal. Lo radicalmente malo en
aceptable.
Sin embargo, nunca
han existido tantas posibilidades de estar bien informados y ampliar nuestros
conocimientos como en nuestros días. La cantidad de información que nos llega
alcanza cotas increíbles. Pero tal cúmulo de información tiene un peligro
evidente. De un lado, la mezcla de lo superfluo con lo esencial, la no
diferenciación entre lo fundamental, lo esencial y lo accesorio. Es como buscar
la aguja en el pajar.
Por todo ello,
necesitamos de un gran esfuerzo para no perdernos en la banalidad y tener claro
lo que tiene de esencial la información recibida. Ello conlleva tener claridad en
el diagnóstico, es decir, capacidad de discernimiento. A veces. no es nada
fácil realizar un diagnóstico claro.
Con la
información ocurre como con el sonido. En éste se da con frecuencia los que en
el lenguaje electromagnético se llama el “ruido”. Es decir, aquello que impide
la pureza del sonido. Pues bien, con la información también se da el “ruido”
que nos impide diagnosticar con certeza lo esencial de la información. La
premisa fundamental de todo ello radica en la capacidad que tengamos para evitar
ese ruido y para conseguirlo es imprescindible reducir la complejidad de la
información, separando lo fundamental de lo accesorio, Desgraciadamente esta
capacidad de discernimiento es un don que no todo el mundo posee.
El discernimiento requiere un criterio
propio y un estado de alerta permanente, a fin de determinar el “ruido” que distorsione
el mensaje. Igualmente, es preciso ordenar la información para convertirla en verdadero conocimiento.
De otro lado, como
dice Joseba Aguirre, en muchas ocasiones ya no se informa, sino que se juzga. Ya
no se dan datos para que el lector asuma la responsabilidad de formarse un
juicio, sino que se entrega al mismo tiempo la condena correspondiente al
juicio informativo. Nada queda en pie, porque aunque los mismos informadores se
crean a salvo, están al servicio de empresas que, desde su enorme
endeudamiento, están sometidos a la presión de no perder ni audiencia ni
dinero, para lo cual todo es instrumento, también la forma de la información.
Se ha llevado a
cabo, durante decenios, el destrozo de todo lo que pueda tener apariencia de
argumento objetivo, de ideas razonadas, sometidas al debate argumentado, y en
su lugar imperan los sentimientos, las posturas subjetivas y subjetivistas, las
querencias, el simple y ¿por qué no? La vorágine de lo siempre nuevo, del
instante y de la subjetividad del sentimiento no permite ver lo fundamental: la información al servicio de la verdad.
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