sábado, 31 de enero de 2015

La información y la libertad



La información ¿para qué?


 Artículo de José Bidaria.

Estamos en la era de la información. La información tiene tres pecados capitales: su silencio, la desinformación y la perversión de su lenguaje, la mentira. En el primer caso se trata de que una determinada información no llegue a la ciudadanía a fin de evitar que se forme una opinión o se desconozca un hecho. En el caso de la desinformación se trata de una información interesada o intoxicación a fin de hacer que ésta sea sesgada y esté al servicio de intereses extraños. Finalmente está la perversión de su lenguaje y su corolario: la mentira, que responde a ese intento de manipular al receptor de la información. Es decir cambiar las reglas del sentido común para convertir en normal lo anormal. Lo radicalmente malo en aceptable.
Sin embargo, nunca han existido tantas posibilidades de estar bien informados y ampliar nuestros conocimientos como en nuestros días. La cantidad de información que nos llega alcanza cotas increíbles. Pero tal cúmulo de información tiene un peligro evidente. De un lado, la mezcla de lo superfluo con lo esencial, la no diferenciación entre lo fundamental, lo esencial y lo accesorio. Es como buscar la aguja en el pajar.
Por todo ello, necesitamos de un gran esfuerzo para no perdernos en la banalidad y tener claro lo que tiene de esencial la información recibida. Ello conlleva tener claridad en el diagnóstico, es decir, capacidad de discernimiento. A veces. no es nada fácil realizar un diagnóstico claro.
Con la información ocurre como con el sonido. En éste se da con frecuencia los que en el lenguaje electromagnético se llama el “ruido”. Es decir, aquello que impide la pureza del sonido. Pues bien, con la información también se da el “ruido” que nos impide diagnosticar con certeza lo esencial de la información. La premisa fundamental de todo ello radica en la capacidad que tengamos para evitar ese ruido y para conseguirlo es imprescindible reducir la complejidad de la información, separando lo fundamental de lo accesorio, Desgraciadamente esta capacidad de discernimiento es un don que no todo el mundo posee.
El discernimiento requiere un criterio propio y un estado de alerta permanente, a fin de determinar el “ruido” que distorsione el mensaje. Igualmente, es preciso ordenar la información para convertirla en verdadero conocimiento.
De otro lado, como dice Joseba Aguirre, en muchas ocasiones ya no se informa, sino que se juzga. Ya no se dan datos para que el lector asuma la responsabilidad de formarse un juicio, sino que se entrega al mismo tiempo la condena correspondiente al juicio informativo. Nada queda en pie, porque aunque los mismos informadores se crean a salvo, están al servicio de empresas que, desde su enorme endeudamiento, están sometidos a la presión de no perder ni audiencia ni dinero, para lo cual todo es instrumento, también la forma de la información.
Se ha llevado a cabo, durante decenios, el destrozo de todo lo que pueda tener apariencia de argumento objetivo, de ideas razonadas, sometidas al debate argumentado, y en su lugar imperan los sentimientos, las posturas subjetivas y subjetivistas, las querencias, el simple y ¿por qué no? La vorágine de lo siempre nuevo, del instante y de la subjetividad del sentimiento no permite ver lo fundamental: la información al servicio de la verdad.

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