Del pelotazo a la cleptocracia
Artº de Pedro G. Cuartango.
El Mundo (18/01/2013)
LA ESPAÑA de los 80 fue la del pelotazo, aquel país del mundo en el que,
según un ministro, era más fácil enriquecerse de forma rápida. La exaltación de
la codicia fue calando en los partidos y los dirigentes políticos, que
decidieron que ellos también tenían derecho a parte del pastel. El resultado es
hoy una España cleptocrática, en la que la corrupción es consustancial al
poder.
Lo primero que hay que desmontar es el tópico de que los partidos pretenden
combatir la corrupción. Eso sólo es cierto cuando se trata de la ajena. No hay
ni una sola formación política que haya denunciado un caso de cohecho en sus
filas. Cuando era evidente que Luis Bárcenas había cobrado comisiones de
Gürtel, Rajoy puso la mano en el fuego por su ex tesorero. Y el PSOE siempre ha
reaccionado igual -veáse el caso de los ERE- cuando había indicios fundados de
comportamientos iregulares de sus militantes.
La corrupción forma parte intrínseca del funcionamiento de los partidos por
una elemental razón: priorizan la consecución o el mantenimiento del poder a
los valores éticos. Por eso, cierran los ojos ante flagrantes conductas
delictivas o amorales.
A ello se suma que, como los partidos son estructuras burocratizadas y
dirigidas desde arriba, sus sistemas de selección priman siempre la mediocridad
sobre el talento, la fidelidad sobre la creatividad.
La corrupción en España es un fenómeno transversal en el sentido de que
afecta a los grandes partidos, entre los que incluyo a CiU, y que además se
extiende a las instituciones públicas, al sistema financiero, los sindicatos,
la patronal, las mayores empresas del país y un largo etcetera.
La España de hoy no dista mucho de la Italia de los años 80 en la que buena
parte de su clase dirigente acabó en la cárcel. Aquí esto no va a suceder
porque el blindaje de los corruptos es mucho más sólido gracias a la estrecha
asociación de intereses entre el poder político, el financiero y algunos grupos
de comunicación.
Lo peor de esta España es que nuestros líderes fingen no enterarse de nada
y se refugian en el consabido tópico de que las conductas de corrupción son
aisladas. No es cierto. Lo que hay en los partidos y las instituciones es una
bochornosa laxitud hacia este fenómeno que está provocando que España deje de
ser una democracia para transformarse en una cleptocracia. Ésa es la causa
fundamental de nuestro declive.
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