España es
un relicario.
Santiago González. El
Mundo (26-10-2019).
El portavoz del PNV en el
Congreso se manifestó crítico con la exhumación de Franco,
lamentando que lo que debía ser un acto de reparación ha terminado
siendo un acto de exaltación franquista. Todo nacionalismo lleva
dentro una pulsión de muerte, pero cuando enfrente tienen a alguien
como Sánchez, el asunto se transforma en puro humor negro. Es la
España de Gutiérrez Solana explicada por Rafael Azcona. Cómo
habrían disfrutado Berlanga y Azcona con el traslado de los despojos
al municipio desde el que dirigió los destinos de España y allí,
velándolo, además de la familia, que es lo normal, el golpista
Antonio Tejero, su hijo cura para el responso y el chino falangista
para darle colorido al tema.
En esto de la gestión de
los restos, el presidente disfuncional debería haber consultado a
los expertos, nadie como los nacionalistas son en esto españoles de
primera. Cultivan la pasión por las reliquias con más fe que el
resto de los españoles. Los restos de Franco estaban en una caja de
zinc, dentro de un féretro de madera. Los de Sabino reposaron en el
cementerio de Pedernales, también llamado Sukarrieta más de tres
décadas, hasta que el 27 de abril de 1937, al día siguiente del
bombardeo de Guernica, decidieron buscarles un emplazamiento más
seguro.
Y los
metieron de extranjis en otra caja de zinc, en el panteón de la
familia Taramona en el cementerio de Zalla. Allí se pasaron más de
50 años hasta que el partido decidió que había seguridad para
devolver los huesos a Pedernales/Sukarrieta. Toda precaución era
poca, porque era muy de temer que los españoles, gente de suyo
malcomida, con cualquier cosa quisieran hacerse un caldo. Y
llevaron la cajita de zinc a Sukarrieta el 1 de enero de 1989. Tengo
yo para no olvidar la foto de los burukides Makua, Josu Bergara y
Retolaza interpretando a Hamlet en animada conversación con Horacio
y el sepulturero, mientras tienen la calavera de Yorick/Sabino entre
las manos. Nadie tan español como los vascos cuando se ponen
trascendentes. Salvo los catalanes, que también tienen su exhumación
y sus reliquias.
Francesc Macià, el hombre que proclamó el Estat Català en 1931, falleció el día de Navidad de 1933. Siguiendo un rito masónico, se le extrajo el corazón que se guardó en formol en una urna sellada con plomo. La reliquia se la llevó al exilio Josep Tarradellas y allí la mantuvo durante más de 40 años. Tarradellas, que conviene insistir en ello era el más normal de los nacionalistas catalanes, hizo saber a la familia de Macià que para evitar profanaciones había ordenado el traslado de sus restos de su tumba al panteón Collaso Gil. Cuando vuelve a España el presidente de la Generalidad en el exilio es reclamado por la familia para que devuelva el corazón, porque el Ayuntamiento quiere hacer un homenaje y restituir el corazón al cadáver. Sin embargo, se encuentran con que los restos del finado no se habían movido de su tumba original, y que el cadáver estaba completo, con su corazón y todo. ¿De quién era el corazón que con tanto celo había guardado Tarradellas tantos años? Misterio. Puede que Sánchez nos lo aclare, aunque no debe confiar en que el baile de los restos de Franco le vaya a reportar ganancias electorales. Estas travesuras ya las hizo Zapatero, al fijar las elecciones el 20-N para poner de su parte al dictador. Fue la mayoría más absoluta en la historia del PP.
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