Europa debe resistir
- CÉSAR ANTONIO MOLINA
- Extracto del artículo publicado en EL MUNDO (15 may. 2018)
Hay un retorno del viejo fascismo y del comunismo
enmascarados en los populismos, además de un abandono en la fe
democrática por parte de quienes la tendrían que defender. Los
viejos fantasmas están resucitando y, si cabe, con más fuerza y con
nuevas máscaras equívocas. Al descartar las humanidades en los
planes de enseñanza, algo fundamental para comprender el mundo, el
corazón humano, la sociedad y la civilización democrática, nos
hemos entregado a una nueva barbarie.
El conocer y el saber exigía un aprendizaje, un
ejemplo (la familia) y un esfuerzo que hoy no se proporciona. Y ese
espacio vacío lo están ocupando los totalitarismos ideológicos,
tecnológicos y económicos. Todo ello, paso a paso, conlleva la
pérdida del espíritu democrático que nació y se desarrolló con
fuerza en la confianza ilustrada, en el progreso humano, en la bondad
natural, la racionalidad, las instituciones o los valores políticos
y sociales de convivencia. Pero lo malo, y a veces lo peor,
del ser humano retornó. Ha retornado con fuerza de virtud:
la avaricia, el poder a toda costa, los deseos incontrolados, el
interés personal sobre el colectivo, la irracionalidad reflejada en
el miedo y la xenofobia. Porque uno de los mayores aliados de los
sistemas totalitarios, hoy metamorfoseados en populismos es
precisamente el miedo. Miedo a la crisis económica, miedo a la
crisis social, miedo a la inseguridad, miedo a la inmigración, miedo
de los ciudadanos a su orfandad, miedo a las guerras, miedo al
progreso científico y pánico tecnológico a un ritmo por encima de
la capacidad humana de asunción.
La democracia clásica está dando lugar a una
"democracia de masas" regida por la ignorancia, el complejo
de inferioridad (de ahí provienen fanatismos y sectarismos), el
conformismo clientelar y, sobre todo, la frustración. Los
totalitarismos de derechas o de izquierdas (tanto monta, monta tanto)
siempre han estado latentes en el cuerpo vivo de la democracia de
masas. Una carcoma lenta pero profunda. Los
totalitarismos que traen las dictaduras, la violencia indiscriminada,
el ocaso o eclipse de los valores morales, el retorno a una etapa
precivilizatoria en la que se pone en tela de juicio lo que es la
verdad, el bien común o la belleza.
La pérdida de los valores espirituales hace
progresivamente desaparecer la moral, la cultura, el cultivo del
espíritu, el cultivo del ser humano para elevarse por encima de los
instintos y la naturaleza sanguinaria e irracional. Aquellos
que permanecen esclavos de sus deseos, emociones, impulsos, temores o
prejuicios, al margen de su intelecto educado, no pueden nunca llegar
a ser libres. Pero ¿si no se les educa? El bien, el mal, la
verdad, la mentira, la compasión y el amor son construcciones
culturales que nos han auxiliado a convivir y avanzar.
Si el ser humano pierde su dignidad y se libera
definitivamente de todo valor espiritual, exigirá que todos sus
deseos sean satisfechos y, de no ser así, se convertirá en una
fiera. Liberado de las creencias religiosas, de la cultura laica, del
poder autoritario, entregado al progreso tecnológico, será ya más
fiera furtiva que humano. La masa imbuida de ausencia de pensamiento
no desea ser agobiada con valores intelectuales o espirituales, sino
con realizaciones inmediatas que la satisfagan provisionalmente. Nada
de complicaciones mentales, únicamente satisfacciones cotidianas.
La verdadera identidad de una persona no está
determinada por los modos en que se distingue de los otros (dinero,
poder, raza, sexo) sino precisamente por aquello que la vincula a sus
semejantes (espíritu, verdad, belleza, paz). La igualdad ahora solo
puede manifestarse en lo material: justicia social, igualdad de
oportunidades, voto. A todo aquel que detenta saber y conocimiento se
le denomina élite y esto se hace equivaler, inmediatamente,
a algo antidemocrático contra lo cual se arroja resentimiento y
rencor. La cultura social de masas se equipara por lo más bajo:
menos exigencias educativas, odio hacia todo lo difícil,
evaluaciones ficticias dado que todo el mundo tiene derecho a
aprobar, sustitución del profesorado por máquinas, fobia a la
memoria y a la retórica. Las élites eran, y aún son, los
custodios de nuestros valores supremos, es decir, convivenciales.
Los judíos europeos fueron perseguidos y asesinados
por los mismos motivos que hoy se esgrimen contra la cultura y los
intelectuales: sus conocimientos y relevancia social, su
cosmopolitismo antinacionalista, su espíritu crítico insobornable.
Chivos expiatorios unos y otros. El deterioro de nuestra educación y
nuestra cultura occidental y democrática es gravísimo y yo pienso
que en muchos sentidos ya irrecuperable.
Rob Riemen en Para combatir
esta era escribe que la socialdemocracia renunció a su derecho
a existir en el momento en que dejó de estar preparada para luchar
por el desarrollo moral y cultural de la población y al enfocarse
solo en intereses materiales que alentaron resentimientos entre las
gentes. Mientras, los conservadores estuvieron dispuestos a
intercambiar, sin escrúpulo alguno, la defensa de los valores
espirituales por la preservación de su propio poder, bajo el velo de
la tradición y el orden social.
En la tradición judeocristiana, la libertad es la
responsabilidad que tiene todo ser humano de ser lo que debe ser: una
persona justa. . Pero la masa tiene miedo a la libertad, en el
sentido del saber y del conocimiento. No, en cambio, a la libertad
irracional en la que todo está permitido para la satisfacción de
los instintos y deseos de manera violenta.
Europa debe resistir a los totalitarismos,
fanatismos, sectarismos, falsas utopías, paraísos inalcanzables
como los tecnológicos, el racismo. Pero debe reaccionar.
¿Hemos vuelto a la fuerza irracional frente al
humanismo ilustrado y racionalista?
César Antonio Molina es escritor,
ex director del Instituto Cervantes y ex ministro de Cultura.
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