¿Derrotada o indultada?
- ROGELIO ALONSO
- Extracto del artículo publicado en EL MUNDO (4 de mayo de 2018)
Además de sus
comandos clandestinos, el terrorista (etarra) ha contado con
numerosos representantes civiles; y, junto a su aparato militar, ha
dispuesto de otro político e ideológico. Derrotado policialmente,
¿no habrá salido,
sin embargo, ganador en estos otros combates?,
ETA no finaliza, pues su terrorismo no consistió sólo en esa
violencia física que cesó en 2011, sino también en la psicológica
y política que coaccionó y aterrorizó a ciudadanos no
nacionalistas durante décadas y que todavía hoy condiciona sus
vidas.
"Lo tenemos
merecido", denunció Joseba Arregi tras el último comunicado
etarra evidenciando la falacia de una derrota de ETA a la que las
elites políticas han renunciado. El Estado ha desistido de aplicar
la justicia política que la verdadera derrota de ETA exigía para
merecer ese nombre. Se expresa solidaridad con las víctimas
ignorando que fueron asesinadas para lograr metas políticas y que,
por tanto, la justicia hacia ellas exige mucho más que
indemnizaciones y promesas.
Este tramposo
final de ETA llega a
costa de la rehabilitación política y social del entorno
terrorista,
auténtico poder fáctico y cómplice necesario del terrorismo
nacionalista. Así lo han querido quienes se vanaglorian de una
derrota de ETA que constituye una mentira política “organizada".
La manida batalla
del relato instrumentaliza la memoria con una política
memorialística limitada a recordar las atrocidades y a reivindicar
la injusticia de los crímenes, pero sin exigir la necesaria
rendición de cuentas a los terroristas nacionalistas y a sus
cómplices. Estos ya han recibido el perdón político y moral e
incluso penal con numerosos crímenes impunes, utilizan la memoria
como sustituto de la justicia para eludir sus "responsabilidades
frente a las miserias actuales". Las consecuencias del
terrorismo son blanqueadas incluso por algunos demócratas que abusan
del sentimentalismo para vaciar de contenido político la violencia
nacionalista, borrando cómo esta ha deformado el tejido político y
social del País Vasco y Navarra.
La inacción de un
Gobierno español que solo contrapone un eslogan: “ETA ha sido
derrotada”. La realidad demuestra que se trata de un significante
vacío con el que ocultar la dejación política que ha evitado una
verdadera derrota del terror nacionalista. ETA puede reivindicar que,
pese a no haber ganado, su "lucha no ha sido en balde".
Esta es la derrota del vencedor que debería avergonzar a sus
responsables. ETA ha conseguido que hablemos de sentimientos en lugar
de hacer justicia a las víctimas, una justicia que necesariamente
debe ser política. Se ha renunciado a una justicia política que
interpela a los
lobbistas de ETA y al
nacionalismo representado por el PNV que obtuvo ventajas políticas,
y que consolidó su poder gracias a la violencia contra los
constitucionalistas. Hoy, en 194 ayuntamientos de mayoría
nacionalista y solo 14 no nacionalistas, el PNV cuenta con 1018
concejales; Bildu, con 894; el PSE, con 196; y el PP, con 79.
Muchos demócratas
ya han perdonado al terrorismo nacionalista su culpa política y
moral. Con notable hipocresía rechazan los homenajes a etarras
mientras se niegan a hacer cumplir dos leyes de víctimas, una
nacional y otra autonómica, que los prohíbe expresamente.
Incoherente resulta reivindicar la derrota de ETA cuando toleran
rituales con los que los terroristas se desprenden simbólicamente de
toda culpa, reforzando el esquema moral que justifica el terror
mediante ese reconocimiento social y político. Así se impone el
relato que culpabiliza a las víctimas y absuelve a ETA sin que
quienes se declaran indignados hagan nada por impedir tamaña
injusticia.
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