lunes, 24 de septiembre de 2018

Un Estado desarmado

Un Estado desarmado.

José Bidaria (24-9-2018)

Está comúnmente aceptado que la Transición Española fue un modelo de cambio político por el que los españoles decidimos enterrar el hacha de guerra que en los años de dictadura y desde la guerra civil había envenenado la convivencia.

Para ello se articuló un Estado democrático basado en la Monarquía Parlamentaria con un modelo de país descentralizado por medio de los Estatutos de Autonomía. Todo parecía que iba por buen camino. Durante años se pensó que se había superado, en buena medida, los problemas de convivencia. También parecía atenuado, sino resuelto, el encaje de aquellas autonomías que más problemas históricos habían dado en los dos últimos siglos.

Pero el diseño que se eligió para el Estado de las Autonomías tenía en su interior una carga letal que con el tiempo se está mostrando insuperable si no se corrige su situación actual.

Permítaseme una disgresión para retomar posteriormente el argumento anterior.

Es dificil asegurar la viabilidad de un estado moderno sin que su Gobierno Central disponga en sus manos de, al menos, los resortes indispensables en cinco competencias fundamentales: defensa, política exterior, política interior (política económica, política fiscal, seguridad), educación y medios públicos de comunicación. La descentralización, sin apenas limitaciones, de alguno de estos cinco elementos en otras estructuras territoriales de inferior rango será una espoleta retardada que provocará un daño irreparable en la fortaleza y consolidación del Estado y por tanto en la convivencia de sus ciudadanos. Será un Estado desarmado.

Hecha esta disgresión, vuelvo a mi argumentario: esto es exactamente lo que, a lo largo de los últimos años, estamos viviendo en España.

La descentralización del Estado, dotando de muy amplias competencias a las Comunidades Autónomas en educación, policía y medios públicos de comunicación, ha sido un error del que nos arrepentiremos. Los hechos son incuestionables. Si a esto añadimos que los sucesivos gobiernos están haciendo dejación de sus resposabilidades constitucionales, en estos tres temas, para poner coto a los excesos sistemáticos que se están llevando a cabo, el resultado no puede ser más explosivo. No hay mas que remitirse a los principales hechos actuales: adoctrinamiento en la educación, utilización sectaria de la policía y medios de comunicación públicos, y conculcación grave de la Constitución.

Vista la situación a la que se ha llegado, si queremos tener un Estado sólido y viable, no hay mas que un solo camino: replantaerse la forma y contenidos en que se está llevando a cabo la descentralización de las competencias trasferidas a las Comunidades Autónomas en materia de educación, policía y medios de comunicación públicos que eviten los actuales excesos cometidos, empezando por asumir el Gobierno Central sus actuales responsabilidades constitucionales, y no haciendo dejación de las mismas como así está ocurriendo.

La realidad nos ha demostrado que dejar en manos de las Comunidades Autónomas tan amplias competencias en las materias descritas es el mejor camino para dejar desarbolado y socabar los cimientos del Estado. Por ello, dotar al Gobierno Central de las herramientas indispensables para evitar los actuales excesos en materia de educación , policía y medios de comunicación públicos es urgente para garantizar los mismos derechos y obligaciones a todos los españoles que hagan viable una sana convivencia, según lo establecido en la Constitución.

Todo ello quedaría incompleto si no se modifica la ley electoral que garantice el principio democrático de un hombre un voto. Libres e iguales. El Estado no puede hacer dejación de este principio y dejar en mano de las Comunidades Autónomas ninguna ley electoral que, como se ha visto, abre el camino a la manipulación y al sectarismo.

martes, 18 de septiembre de 2018

Respeto a la Constitución y política educativa


Extracto del artículo "Razones para desconfiar"


 
    • GABRIEL TORTELLA
    • 18 sep. 2018.



Tanto el PP como el PSOE llevan cuarenta años inclinándose obsequiosamente ante las embestidas del separatismo. Uno, «no quería líos»; el otro, dice que quiere "normalizar la situación en Cataluña", como si "normalizar" fuera consolidar la división entre catalanes y el aplastamiento de los no separatistas. Hay razones muy poderosas para desconfiar. Aunque el PSOE avanzara en las elecciones, por la ventaja que tiene el que ostenta el poder, su política territorial no cambiaría gran cosa, porque carece de la visión y la valentía necesarias para enfrentarse con el separatismo.

La peor de todas las ideas de Sánchez (y ya es decir) en materia de política territorial es la de que el «modelo educativo catalán» es un éxito; es una idea pésima porque ese modelo ya existe y funciona a pleno rendimiento. Y, bueno, en cierto modo, sí, es un éxito; es un éxito para el separatismo. El sistema educativo catalán, tratando al español como un idioma extranjero secundario, y adoctrinando a los alumnos desde su más tierna infancia en el odio a España y en la "formación del espíritu nacional" catalán, es realmente, la célula madre del separatismo. Gracias a él, cada nueva generación es más separatista que la anterior, de modo que los hispanófobos no tienen que inquietarse; les basta un poco de paciencia y seguir agitando el cotarro.

Para jóvenes que no han sido educados en castellano, para los que el español es una lengua extraña, España es un país extraño también. A fuerza de «modelo educativo catalán», la barrera entre Cataluña y el resto de España es cada vez más alta. Por eso los separatistas ponen el grito en el cielo cada vez que se habla de restaurar el modelo de bilingüismo constitucional. Saben que el «modelo educativo catalán» constituye la llave infalible que, más pronto o más tarde, abrirá la puerta de la desconexión, y se aferran a él con uñas y dientes. La fórmula la inventó Pujol: escuela en catalán y, como dice el citado corresponsal, con un tinte nacionalista (a nationalist tinge; pero tinte es una palabra muy débil), los medios de comunicación al servicio del separatismo, lanzando consignas y aireando agravios imaginarios (nos odian, nos roban, nos oprimen, nos encarcelan, etc.).

Para los discípulos de Goebbels, una mentira mil veces repetida se convierte en verdad, y así ocurre en la Cataluña de hoy. La historia que se enseña en las escuelas catalanas es goebbelsiana pura. Por ejemplo: el franquismo sólo oprimió a Cataluña, la Guerra Civil fue una guerra de España contra Cataluña, lo mismo ocurrió en la Guerra de Sucesión, Cataluña es una nación y España no, Cataluña es la nación más antigua del mundo, porque ya lo era en el siglo XI, Cataluña también era una nación democrática y fue la victoria de Felipe V de Borbón lo que mató en flor aquel glorioso proyecto, Cataluña fue oprimida por Felipe V y sus sucesores, el catalán es una lengua perseguida en España (que es, dicho sea de paso, el único país, con Andorra, donde se habla, porque en Francia y en Italia se habló, pero ya prácticamente ha desaparecido. Es igual: es en España donde se oprime al catalán, y no hay más que hablar -en castellano, por supuesto-). Todo esto, y mucho más, es rigurosa y clamorosamente falso, y sin embargo todos los días se les enseña ex cathedra a los niños catalanes.

Así se explica una de las grandes peculiaridades de la política nacionalista en Cataluña. Cuantas más concesiones obtienen los secuaces de Pujol, cuanto más dinero reciben (ya se sabe que Cataluña es, con gran diferencia, la región más endeudada con el Estado español), más indignados están. Es que los catalanes no se indignan por lo que ocurre: ya vienen indignados del colegio. Si no se pone fin a esto, la independencia de Cataluña será un hecho más pronto o más tarde. Porque aún ahora los independentistas están en minoría sólo por un pequeño margen, pero adoctrinados desde la infancia, y diariamente reprimidos y acosados los constitucionalistas por el Govern separatista, que existe gracias a una injusta y obsoleta ley electoral, el vuelco está al llegar. Y sin duda la política del doctor Sánchez contribuirá a que ese vuelco llegue pronto.

El remedio a esta situación no tiene por qué ser violento. No hace falta policía, ni menos tanques (como querrían los separatistas). Bastaría con que el gobierno español dejara de subvencionar, en Cataluña y en toda España, las escuelas que no cumplan con el bilingüismo constitucional, que desacaten las sentencias de los tribunales, y que enseñen esa historia del "tinte nacionalista" que lava el cerebro de los niños catalanes y los llena de odio hacia el Estado que patrocina esas escuelas que lo denigran cinco días cada semana. El modelo educativo catalán será un éxito para los dos millones de votantes separatistas; pero para los restantes 44 millones de españoles, en especial, claro, para los catalanes no separatistas, ese modelo es una calamidad desastrosa y una constante amenaza. ¿Lo entiende usted, doctor? ¿O se lo explico con un gráfico?

 
 

Gabriel Tortella es economista e historiador, coautor, junto a J.L. García Ruiz, C. E. Núñez, y G. Quiroga, de Cataluña en España. Historia y mito (Gadir).



viernes, 7 de septiembre de 2018

Una fina lluvia de odio


Fina lluvia de odio



Por José Miguel Fernández-Dols (3 junio, 2018).



Una de las primeras películas en color realizadas por la empresa Afga fue lo que hoy llamaríamos un spot turístico de Berlín con motivo de las Olimpiadas de 1936. La contemplación del paisaje urbano, en colores pastel, apenas es perturbada por la abundancia de banderas en los primeros minutos. Después la tónica dominante es una normalidad que, si no fuera por lo que sabemos, resultaría atractiva. Los soldados hacen relevos de guardia contemplados por los turistas, como se hace hoy en muchas capitales europeas. Las familias pasean por el zoo. Unos jóvenes toman el sol en la playa. La gente baila y toma cerveza. Quizás la imagen más conmovedora es la de un hombre que toma en brazos a una nena para bajar unas escaleras en Alexanderplatz. Uno se pregunta qué sería de ellos pocos años después, mientras los ve perderse en la lejanía.

Retrospectivamente sabemos que en 1936 la violencia ya se había apoderado de Alemania. La gente ya no hablaba con libertad, los niños eran adoctrinados sobre quienes eran “auténticos” alemanes, la historia se estaba reescribiendo. Debajo de los colores pastel del documental hay una espiral de violencia que está empezando a ganar velocidad llevándose por delante la sociedad civil y la democracia alemana.¿Por qué la gente seguía bebiendo cerveza, tomando el sol y paseando a sus hijos los domingos?


Fina lluvia de odio


La respuesta, que debemos a uno de los grandes expertos en el estudio psicológico del mal (Ervin Staub), es que la violencia más destructiva para una sociedad no es un acontecimiento aislado, por terrible que sea. Es un proceso, un continuo de destrucción, que comienza con un sistema de creencias que se traduce en una fina lluvia de odio: hechos “banales”; pequeñas agresiones psicológicas (por ejemplo, boicots, amenazas) o simbólicas (por ejemplo, ridiculizaciones). Luego vandalismo o calumnias difundidas en los medios sociales. A continuación agresiones físicas puntuales, aparentes “peleas de muchachos”.

Finalmente la fina lluvia da lugar a una tormenta devastadora que arrastra a verdugos y víctimas: formas de coacción e intimidación física que van adquiriendo una sistematicidad y peligrosidad potencialmente letal.

El proceso necesita un catalizador: la mirada complaciente, o el mirar hacia otro lado de los que no protagonizan esos actos y la indiferencia, la pasividad o la incompetencia de las autoridades encargadas de proteger a las víctimas.


Daño


¿Cómo es el daño que sufren las víctimas de este continuo de destrucción? La pregunta es importante porque para que un observador externo identifique tales hechos como violencia éste tiene que inferir daño en la víctima e intención en el agresor.

Más allá de la dimensión subjetiva de las intenciones del violento o del sufrimiento de la víctima, John Stuart Mill, uno de los grandes arquitectos de la concepción contemporánea de la democracia, proporcionó una aproximación al daño más objetiva que además explica por qué el continuo de destrucción es invisible en sus primeras fases, y por qué puede destruir una sociedad.

En Utilitarismo Mill señala dos causas de daño. Una de las causas de daño es particularmente insidiosa y muy relevante para explicar las primeras fases del continuo de destrucción: son aquellos actos en los que se priva a una persona de aquello que le es debido por ley, privándola de un bien físico o social que tenía esperanzas bien fundadas de disfrutar.

Como se ve, esa violencia por omisión es particularmente fácil de ejercer y especialmente difícil de denunciar porque no se describe a partir de hechos sino de expectativas, y porque las víctimas suelen tener la tendencia, muy frecuente en los seres humanos, a normalizar este tipo de situaciones para seguir viviendo.

Unos pocos cristales rotos, una pintada que alienta a no comprar en una tienda, un niño llorando porque lo han señalado como “impuro”. El tendero carece de la protección que parecen tener otros comerciantes y espera seguir vendiendo “cuando pase todo”. El niño ha sido privado de algunos de sus derechos fundamentales como niño y ser humano pero quiere seguir jugando.

Las víctimas caen en una trampa: si denuncian se señalan todavía más, creen que esos actos empiezan y acaban en sí mismos, esperan que la gente se olvide de ellos, ¿cómo protagonizar individualmente una denuncia grandilocuente de vulneración de derechos constitucionales cuando eres un individuo del que nadie parece preocuparse?


Héroes contra la Constitución


Tal situación de pasividad se agrava cuando los ciudadanos no son conscientes de cuál es, en las democracias occidentales, la fuente fundamental de lo que les “es debido” por parte de los demás ciudadanos y las instituciones: su Constitución y las leyes que se derivan de ésta.

La ignorancia de esos derechos o la falta de confianza en las autoridades encargadas de custodiarlos agravan su situación. La insignificancia aparente de las privaciones de los bienes físicos o sociales que esperaban recibir mantiene a las víctimas aisladas entre sí, enfrentadas a unos verdugos que extraen su fuerza precisamente de lo contrario, del sentimiento de que participar en las agresiones les convierte en miembros de una hermandad maravillosa, energética, heroica, que va a hacer su sociedad más pura a través de un plan que lleva siglos gestándose, escrito en los arcanos de la historia.

Si el proceso descrito por el continuo de destrucción sigue sus pasos naturales, algún día, sin previo aviso, empezarán las palizas o los tiros en las piernas para culminar con las bombas lapa en el coche (o en el pecho) y los tiros en la nuca. Y las víctimas sufrirán la segunda definición de daño de Mill, más congruente con lo que cotidianamente entendemos por violencia: el infligir sufrimiento directo mediante actos ilegales.

Podría argumentarse que los protagonistas de esos actos también se sienten agredidos y por eso llevan a cabo tales acciones pero la definición de Mill desnuda la falacia que encierra tal justificación. Típicamente esos ciudadanos se deberían regir por la misma Constitución que protege a sus víctimas pero justifican “lo que les es debido” en supuestos principios que no son constitucionales sino étnicos o identitarios. Lo que les es debido no está escrito ni consensuado, ni siquiera entre ellos mismos. Solo dicta claramente que deben ignorar su propia Constitución y privar a las víctimas de lo que les es constitucionalmente debido. Y así emprenden un camino destructivo, incluso para ellos mismos, en el que conceptos vacíos como “raza” o “destino histórico” sustituyen a las normas escritas, mientras son custodiados por unos guardianes de la ortodoxia que, si lo creen necesario, no dudarán en sacrificarlos para seguir avanzando hacia ninguna parte.


Un aviso


Este artículo es un aviso desde la Psicología.

Es difícil imaginar que, debajo de los colores pastel del documental del Berlín de 1936 los verdugos voluntarios ya están ahí, entre los que bailan o toman el sol.

Porque no vemos al joven o al niño que, en algún lugar, se está empapando lentamente de esa fina lluvia de odio que convierte la sociedad que le rodea en una historia de buenos, dispuestos a sacrificarse en nombre de los arcanos que la historia reserva para sus elegidos, y de malos; ladrones, animales o meros obstáculos, a los que primero se priva de su dignidad para luego ni siquiera respetar su integridad física.