Paz a
vosotros
El factor determinante de todo proceso de
pacificación es la educación moral y espiritual de los pueblos.
Estamos asistiendo a la pretensión de construir los
procesos de pacificación sobre la base de acuerdos «políticos»,
excluyendo o, cuando menos, minusvalorando la dimensión moral y
espiritual de la realidad. Todos tenemos en mente el rechazo del
requerimiento del arrepentimiento y de la petición de perdón por
parte de los violentos a sus víctimas, bajo el argumento de que esos
son conceptos religiosos y de conciencia, que no pueden ser invocados
en el terreno social o político.
Pero vayamos al fondo de la cuestión, porque es
importante caer en la cuenta de que uno de los obstáculos
principales con el que nos enfrentamos a la hora de llevar adelante
la construcción de la paz, es el «cómodo» olvido del principio de
subsidiariedad por parte de la mayoría de la sociedad; al mismo
tiempo que se da una continua injerencia de las administraciones
públicas en el ámbito familiar y en las iniciativas sociales. De
este modo caminamos hacia un modelo en el que cada vez hay «más
estado» y «menos sociedad»; lo que en la práctica se traduce en
«más normas» y «menos conciencia». Parece como si «mamá
estado» o «papá estado», pretendiera construir, por su sola
estrategia política, una sociedad justa y pacífica.
En nuestros días, llama poderosamente la atención
la gran virulencia del debate político, cuando es un hecho
constatable que los distintos partidos políticos caminan de una
forma inexorable hacia un pensamiento único, conformado por lo
políticamente correcto. Se alimenta la falsa esperanza de que un
hipotético vuelco político pudiera posibilitar la justicia y la
paz, olvidando la existencia del «pecado original» (permítaseme
utilizar un término teológico en este artículo, en un sentido
amplio). La configuración política de los gobiernos podría
cambiar, ciertamente, pero el problema es que el «hombre viejo»
sigue anidando en el interior de unos y de otros, sin excluir al que
esto escribe. Cada uno de nosotros y de nuestras familias necesitamos
una renovación espiritual, que haga posible que la política tenga
«sujeto» y no solo «objeto». De lo contrario, estamos condenados
a reproducir en toda su crudeza el conocido refrán: «Los mismos
perros con distintos collares».
Pero más aún, si ese «hombre viejo» que anida en
cada uno de nosotros no es regenerado, el problema no será solo que
estemos condenados a la impotencia para transformar el mundo; sino
que la misma estructura política terminará por anular al hombre, a
la familia, y a la misma sociedad.
El saludo del Resucitado tiene más actualidad que
nunca, y son muy significativas las palabras que lo acompañan:
«Jesús les dijo otra vez: 'La paz con vosotros. Como el Padre me
envió, también yo os envío' (Jn 20, 21).
¡Feliz Pascua de Resurrección! Pazko zoriontsuak
guztioi!
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