Manuel Montero. (Extracto del artículo publicado en El Correo el 3-4-2023)
Es particularmente perverso el discurso de la izquierda abertzale que habla de las víctimas de todas las violencias, equiparando a las víctimas y a sus verdugos. Todos serían víctimas de la historia que forzaba a tomar las armas para defender Euskal Herria.
Estos discursos comparten una función: reinterpretan el pasado reciente de forma que se desvanezca el terror ocasionado por ETA, responsable del 92% de los asesinatos relacionados con el País Vasco. Su agresión a la sociedad vasca es el fenómeno violento que más ha condicionado a la últimas generaciones y a la propia democracia.
Quieren ocultar el hecho histórico de que hubo un grupo nacionalista que decidió agredir a la sociedad vasca para imponer su discurso radical y excluyente. Mataron en nombre del pueblo vasco, lo que quizás no se quiere recordar. También se pretende olvidar que la sociedad vasca apenas reaccionó contra ese mal uso de su nombre.
Se quiere olvidar, imaginar un pasado en el que las víctimas no existieron. Hasta el asesinato se enmascara en ese eufemismo que adoptan algunas publicaciones que lo llaman “vulneración del derecho a la vida”, un manto de buenismo que es de una crueldad extrema. Tales circunstancias hacen metástasis cuando actualmente no solo nacionalistas sino alguno de los que no lo son buscan blanquear a quienes apoyaron al terror y mantienen una fascinación por el terroristas. Las víctimas de ETA quedan, en el mejor de los casos, enmascaradas en un saco de víctimas.
El País Vasco ha fallado en el tratamiento a las víctimas de ETA y sigue sin propósito de enmienda. Las víctimas suelen sentirse desplazadas de su entorno, en lo que se ha llamado “soledad radical” Han sufrido el terror y tienen pleno derecho a que las sociedad las reconozca, les devuelva la dignidad y logren, en lo posible, retomar la vida y hacerlo en sus ámbitos sociales.
Esto no se ha producido con respecto a las víctimas de ETA. No se ha combatido la soledad radical, ni se ha buscado su reintegración en la sociedad; se ha dado por bueno su desplazamiento social, no se siente como propio lo que les ha sucedido y muchos sectores procuran demostrarlo ajeno. La víctima de ETA fue revictimizada. No recibió la solidaridad de la sociedad, no hubo intentos de reparación de la víctima que había sufrido una agresión que amenazaba a toda la sociedad vasca. Sucedió lo contrario. La víctima fue tratada como culpable. Con frecuencia, sus familias tuvieron que esconder su condición, pasaron a vivir una vida vergonzante.
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