Sociedad indecente y posterrorismo
- ROGELIO ALONSO
- El Mundo (3 ene. 2019)
"Una sociedad decente es
aquélla que no humilla", escribe Avishai Margalit en The
decent society. Una "sociedad decente" es aquélla en
la que cada persona recibe "el honor debido" por parte de
"sus instituciones", añade el filósofo israelí. La
sociedad del posterrorismo etarra es una sociedad indecente en la que
incluso algunos de quienes reivindican verdad, memoria y dignidad
humillan a las víctimas de ETA.
Como "inmoral" se ha
calificado el brindis de Otegi con dirigentes del PSE, PNV y Podemos
publicado en Diario Vasco y El Correo en Nochebuena. Los
diarios de referencia en el País Vasco, víctimas de ETA en el
pasado, hoy, pese a comprometerse con la deslegitimación del
terrorismo, incurren a menudo en lo contrario. Ninguna autocrítica
les merece a sus responsables la "inmoralidad" que llevó a
José Mari Múgica a dejar el PSOE tras un reportaje que legitima
política y socialmente a quien justifica el asesinato de su padre y
el de todos los asesinados por ETA. Un día antes El Correo
entrevistaba a otro dirigente etarra, Rafael Díez Usabiaga,
titulando:"Los ongi etorris no deben percibirse como una ofensa
hacia las víctimas". Privilegiada plataforma para blanquear a
líderes del grupo terrorista y su proyecto político sustentado en
el asesinato. Políticos que rechazan un mínimo democrático como la
condena del terror etarra transformados en respetables referentes
mediante el lavado de biografías manchadas de sangre. Poco o nada
deslegitiman a ETA los testimonios de sus víctimas en esos diarios
cuando sitúan en idéntico plano moral a los representantes
políticos del terror invitándoles a victimizar a los
terroristas y a falsear la realidad sobre sus crímenes.
El terrorismo nacionalista ha
contribuido a consolidar un régimen político que Antonio Elorza ha
descrito como "totalismo", definido por una hegemonía
política, social y cultural del nacionalismo ampliamente asumida. En
las páginas de El Correo en las que se maquilla a los
herederos de ETA como "coalición soberanista" e "izquierda
abertzale", o sea, patriótica, se estigmatiza como
"ultraderecha" al partido de víctimas del terrorismo como
Ortega Lara y Abascal. La engañosa derrota de ETA
que algunos demócratas predican esconde la impunidad política y
social del terrorismo nacionalista, injustamente rehabilitado en la
sociedad y la política vasca, así como la victoria del nacionalismo
institucional imponiendo su peligroso relato: los fines nacionalistas
compartidos por ETA y el PNV no deben quedar contaminados por el
terrorismo nacionalista. Como si ETA jamás hubiera existido, PNV y
Bildu exigen "el reconocimiento de Euskal Herria como comunidad
política" en un nuevo Estatuto. Ignorando las consecuencias
políticas de la coacción terrorista, no importa que en la verdadera
comunidad política el terrorismo haya deformado el tejido político
y social, que la competencia al nacionalismo fuera laminada por la
violencia nacionalista. Los constitucionalistas critican tímidamente
la coincidencia de fines nacionalistas que demuestra el rédito de
los medios terroristas. Pero eluden la auténtica deslegitimación de
ese nacionalismo convertido por PSOE y PP en fundamental para la
gobernabilidad de un país que desestabiliza en función de sus
intereses. Los partidos víctimas del terrorismo asumen la
hegemonía nacionalista, ese "totalismo" que
confunde a una sociedad plural con una de sus partes erigiendo al
nacionalismo en el único sujeto político válido. Hoy, el PNV se
alía con Bildu, al que PP y PSOE han normalizado como demócrata
tras su fraudulenta legalización, para denunciar "la base
antidemocrática" de la Constitución española. Otra
legitimación del terror nacionalista, como subraya Francisco Llera
al criticar la "unidad de discurso y de objetivos" del PNV
"con ETA y sus herederos" y su consiguiente
"blanqueamiento" del "pasado ignominioso del
terrorismo".
Los Gobiernos de Zapatero, Rajoy y
Sánchez han prometido memoria y dignidad para las víctimas
ensalzando una derrota de ETA a la que renunciaron después del
ingente esfuerzo de policía y servicios de inteligencia. Las élites
políticas desean imponer un relato verosímil pero falso. Si la
derrota política e ideológica de la violencia nacionalista se
hubiera producido realmente, no sería necesaria esa "batalla
del relato" a la que invocan quienes no osan desafiar la
hegemonía del nacionalismo consolidada gracias al terrorismo.
Por eso humillan a las víctimas negándose a cumplir dos leyes
que prohíben expresamente los homenajes a terroristas. Patética
resulta la fingida indignación e impotencia de los responsables
políticos, antes del PP y ahora del PSOE, prometiendo nuevas medidas
que nunca llegan cuando además ya disponen de instrumentos legales
que evitan aplicar. También son humilladas las víctimas que
denuncian las unidades didácticas del Gobierno vasco elaboradas por
Jonan Fernández, ex concejal de Batasuna. Quien legitimó el
terrorismo durante años lo sigue haciendo ahora aun declarando su
compromiso con la deslegitimación de una violencia claramente
legitimada en ese material escolar. Lo hace además mientras el
Gobierno español humilla a las víctimas elevándole a Patrono del
Memorial de Víctimas del Terrorismo, centro que tampoco tuvo reparo
en invitar a Bildu a celebrar el Día de la Memoria, aunque este
partido jamás ha condenado el asesinato de aquéllos cuyo recuerdo
se reivindica.
El Memorial ha elaborado sus propias
unidades didácticas que borran de la Historia de España a
movimientos fundamentales como ¡Basta Ya! y Foro de Ermua. En la
memoria oficialista no existen movimientos que desafiaron la espiral
del silencio nacionalista. Pero sí Gesto por la Paz que, como
censuró Joseba Arregi aun reconociendo la labor del colectivo,
recurrió a una "condena prepolítica, exclusivamente ética"
que eludía la crítica al nacionalismo gobernante responsable de
legitimar la violencia nacionalista y de la desprotección de los
amenazados. Así se arrebataba "el aguijón político" a
las víctimas del terrorismo nacionalista. Tan sesgada
versión de la Historia encaja con el desprecio del ministro
del Interior a la reciente protesta constitucionalista en Alsasua.
Frente a la "crispación" que Marlaska quiso ver, valorando
en cambio movilizaciones diferentes como las de Gesto por la Paz años
atrás, Fernando Savater, referente de ¡Basta Ya! y protagonista de
aquel acto, aclaró: "Si hubiéramos hecho caso a esas
admoniciones, Otegi sería hoy lehendakari y el Carnicero de
Mondragón, jefe de la Ertzaintza".
La política dominante en el
posterrorismo priva a la memoria del terror de su significado
político mediante apelaciones emocionales al sufrimiento de las
víctimas. La memoria amputada sustituye a la justicia negada para
embellecer la impunidad. Se apela con solemnidad al recuerdo de las
víctimas para olvidar la decisiva dimensión nacionalista del
terrorismo y sus efectos políticos y sociales. Se aplauden homenajes
que no lo son como el de Rentería, en el que su alcalde de Bildu
abraza a una víctima sin condenar ni deslegitimar el crimen,
deshonrando al asesinado: el antónimo del olvido no es el recuerdo,
sino la justicia. Otra escenificación de tan indecente memoria se
produjo el 1 de octubre en Moncloa. "Francia y España rinden
homenaje al triunfo de las víctimas y del Estado de derecho sobre el
terrorismo de ETA", destacó la propaganda gubernamental de un
acto en el que el presidente no reclamó justicia ni una sola vez. En
la reveladora teatralización no sonó el himno nacional, símbolo de
la nación atacada por el terrorismo nacionalista de ETA y, por
tanto, del significado político de las víctimas, plurales en sus
ideas pero unidas por la intencionalidad política de sus asesinos.
El falso homenaje a las víctimas culminó con un aurresku que
puso en pie al lehendakari Urkullu, el moderado que desprecia como
"antidemocrática" la Constitución por la que ETA asesinó
al considerarla también ilegítima. Nadie cuestionó que esa es la
danza habitual en los homenajes a terroristas que las autoridades se
niegan a impedir mientras prometen verdad, memoria y dignidad para
las víctimas humilladas.
*Rogelio Alonso es
catedrático de Ciencia Política, autor de La derrota del
vencedor. La política antiterrorista del final de ETA
(Alianza).
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