martes, 15 de noviembre de 2016

Mis tres patrias


MIS TRES PATRIAS


Reconozco que cada vez que alguien menciona la palabra “patria” hay algo en mi que me pone en alerta. Porque, desgraciadamente esta palabra se utiliza, en buena parte de los casos, como un arma arrojadiza contra los “otros”, como si esos otros fuesen enemigos a batir.

Yo lo entiendo de una forma más sosegada, sin apriorismos.

Pero, veamos mi punto de vista.

En primer lugar, vasca es la tierra que me vió nacer. Vasca es la tierra de mis antepasados. Vasca es la tierra que me ha dado y procurado mi sustento. Vasca es la tierra que ha modelado mi carácter como una forma de entender la vida, me ha dado nuestras tradiciones, nuestra particular idiosincrasia. Y por nada del mundo renunciaré nunca a todo lo que eso representa. Por todo ello, me siento vasco.

En segundo lugar, es a España, en concreto a Castilla, a la que debo uno de los dones más preciados del género humano: la lengua. En mi caso, la castellana. Gracias a ella he adquirido todo el conocimiento que poseo. Gracias a este conocimiento me he desarrollado como ser humano y he aprendido a manejar mi propia dignidad, mis principios, fundamentos de cualquier vida humana. Gracias a ella he podido desarrollar mi labor profesional. Gracias a ella he podido comunicarme con otros seres que me han hecho sentirme miembro de una comunidad de “Hombres y Mujeres.” Por todo ello, me siento español.

En tercer lugar, gracias a Europa pertenezco a una comunidad de pueblos que compartimos una misma civilización. Una civilización basada en una tradición y conocimiento múltiples, abiertos, según el legado que nos dejaron judíos, griegos, romanos y cristianos. Una civilización basada en un respeto a la libertad individual y en unos principios universales de igualdad y fraternidad. Por todo ello, me siento europeo.

Por estas razones, pertenezco a estas tres “patrias” y lo hago en este orden y sin renunciar a ninguna de ellas.


Que así sea.
 
 
José Bidaria.

lunes, 17 de octubre de 2016

Declaraciones de Francisco Llera y Joseba Arregui.


Declaraciones hechas con motivo del 5º aniversario sin ETA.


Publicadas en El Correo (16-10-2016)


Francisco Llera-Director del Euskobarómetro.

Durante 50 años ha habido un grupo terrorista, o banda de iluminados, que en nombre de una autoproclamada “patria vasca” y arrogándose la representación de su sentir y voluntad, asesinó y aterrorizó a todo el que no compartiese su ensoñación, produciendo muerte, destrucción, extorsión, exilio, perversión moral y miedo.

Se inspiró en el ideario nacionalista, al que dio una interpretación fundamentalista y totalitaria y revistió de apariencia revolucionaria, ejerciendo una violencia asimétrica (sin contendiente enfrente, salvo el Estado democrático y de derecho) en una estrategia de limpieza étnica, disfrazada de guerra anticolonial contra un Estado opresor.

Contó y cuenta con un movimiento socio-político, que, al tiempo que era correa de transmisión de su estrategia, amparaba, justificaba y ampliaba el impacto de sus fechorías, especialmente señalando objetivos e intimidando y humillando a sus víctimas.

Una sociedad en la que, en un ambiente asfixiante de connivencia, cobardía y miedo, al estilo de la Alemania nazi, una minoría impuso la cultura del matonismo, mientras que una minoría de valientes resistió y defendió los valores democráticos y el pluralismo.



Joseba Arregui- Exconsejero y ensayista.


(Extracto de la parte final de sus declaraciones)

Al hablar con alguien que no haya sido testigo de lo que ha sucedido estos últimos cinco años en Euskadi, me parece que sería muy complicado explicarle cómo se ha dado un proceso de olvido generalizado en tan poco tiempo. Especialmente si tenemos en cuenta que durante época previa al fin de la lucha armada, ETA hizo uso del terror en su significado más estricto.

martes, 27 de septiembre de 2016

El objeto del voto vasco



El objeto del voto vasco


JOSEBA ARREGI

El Mundo (27/09/2016)



Aunque parezca muy sencillo, no está muy claro lo que han votado los vascos, pues nada es sencillo en Euskadi. Aunque también sería válido afirmar que está muy claro lo que han votado los vascos. Pero eso que está tan claro, no es lo que parece a primera vista.

Antes de entrar a analizar esa paradoja, es preciso afirmar que la primera fuerza, con diferencia, es de nuevo el PNV, que consigue aumentar su número de diputados en el Parlamento vasco en dos. A pesar de este aumento, sigue lejos de la mayoría absoluta. La segunda posición la ocupa EH Bildu, que pierde cuatro escaños en comparación con las anteriores elecciones autonómicas. Todo apunta a que continúa el estancamiento de esta fuerza política y que ya no es capaz de aprovechar el hecho de que ETA no mate como antaño aprovechaba las treguas de la banda.

Además, le ha surgido una competencia en el lado nacionalista radical en Podemos en la medida en que este partido defiende algo que suena a derecho de autodeterminación, aunque no está muy claro en cuál de sus modalidades y significados. El nuevo partido en el Parlamento vasco esperaba mejores resultados y parece que el gran momento de euforia novedosa ha comenzado a replegarse, lo cual no evita que por el lado socialista no sea capaz de hacer una dura competencia al PSE, que baja siete escaños. Un varapalo en toda regla, pues significa perder casi la mitad de su representación para quedarse al mismo nivel del PP, que pierde un solo escaño.

Queda, pues, un Parlamento complicado, cosa nada extraña en la que se ha dado en llamar una isla de estabilidad en el caótico mapa político español. El único momento duradero de estabilidad política que permitía gobernar con una mayoría en el Parlamento, la verdadera garantía de estabilidad en una democracia parlamentaria, fue mientras duraron los gobiernos de coalición entre PNV y PSE. En el resto del tiempo se ha gobernado siempre en minoría, con pactos puntuales, siempre condicionados por otros pactos en otras instituciones.

Esta situación puede llamar la atención. ¿Cómo se consigue transmitir la sensación de estabilidad gobernando en minoría, cuando no se hace en coalición con otro partido con el que se comparte gobierno? La respuesta a esta pregunta abre la puerta al análisis apuntado en la primera reflexión: ¿qué votan realmente los vascos, más allá de las siglas de los partidos políticos? Conocidas las encuestas preelectorales, los medios vascos, pero no sólo ellos, titulaban con "Victoria holgada del PNV". Es cierto, pues la diferencia con el segundo partido es sustancial, pero la distancia con la mayoría absoluta es casi igual de grande. Pero, paradójicamente, el nacionalismo tradicional, el nacionalismo del PNV parece ser hegemónico. ¿En qué se nota esa hegemonía? Se palpa, se percibe, en los medios, en las noticias, en el mundo de la cultura, en las opiniones publicadas.

Pero sobre todo en que es el nacionalismo del PNV el que define los temas, las cuestiones y los ejes que deben caracterizar la política vasca. Si el PNV decide que el tema más importante es el nuevo estatus que defina la relación con España, en términos de bilateralidad, de igual a igual, blindando las competencias de Euskadi y con una sala especial para asuntos vascos en el Tribunal Constitucional con miembros nombrados en Euskadi, parece obligatorio que el resto de partidos tenga que entrar al debate. Si el PNV decide que se está produciendo una recentralización por parte del Gobierno, todo el mundo se siente obligado a defender el autogobierno, y algunos además se sienten obligados a afirmar que ellos también quieren más autogobierno -el PSE y Podemos-. Si el PNV decide que es preciso realizar una defensa cerrada del concierto, que es preciso equiparar cupo y concierto -algo que no es cierto-, todo el mundo se siente obligado a la misma defensa y a la misma confusión. Lo común es defender más autogobierno como garantía del bienestar vasco, olvidándose que la fuente de ese bienestar está, en buena medida, en el diferencial entre la superior riqueza producida por los ciudadanos vascos y el aún mucho mayor gasto público por ciudadano, producto no necesariamente del concierto, sino de su aplicación en el cupo y otras vías. Pero nadie pone en duda ni el concierto ni el cupo, nadie subraya el déficit creciente en pensiones que tiene Euskadi: 2.300 millones según las últimas noticias.

Lo común es defender más autogobierno, sin decir nunca dónde se acaba, cuál es la meta si no es un autismo político, una autarquía igual a la independencia, pero sin atreverse a afirmar que no es en absoluto necesario una reforma en profundidad del Estatuto de autonomía, que es un capricho del PNV porque lo necesita o porque tiene que mostrar una cara más radical para no quedar retrasado en relación a EH Bildu. El PSE se ha visto obligado, es un ejemplo, a afirmar que están dispuestos a recoger que Euskadi es una nación si por nación se entiende algo matizado.

Pero nadie se atreve a decir que Euskadi es más plurinacional que España, que la mayoría de los ciudadanos del País Vasco son plurales en sí mismos, siendo, en diferentes grados, vascos y españoles a quienes por voluntad del PNV se les obligará en el futuro estatus a mantener relaciones bilaterales consigo mismos, a la esquizofrenia o el bipolarismo. Si el PNV afirma que la obligada renuncia al terror por parte de ETA abre el camino a la paz entendida como reconciliación metiendo en el mismo saco a las víctimas de la guerra civil, del franquismo, de los GAL y de ETA, apostando por una memoria que recoja todo y obviando con toda claridad que es ETA y su terror lo que ha marcado la historia vasca de los últimos 55 años, respaldando así la latente voluntad de olvido de buena parte de la sociedad vasca por incapacidad de mirarse al espejo y preguntarse dónde estuvieron y qué hicieron mientras duró ese terror, muy pocos se atreven a levantar la voz, luchar contra el olvido y el blanqueo de la historia de terror de ETA, y aplauden las vías privadas del perdón, el abrazo, la reconciliación personal.

No puede extrañar, pues, el resultado del PNV. Lo que debiera extrañar es lo contrario: cómo, en esas condiciones de hegemonía y con la poca resistencia de los partidos políticos en el día a día de la política, exista todavía una parte de la sociedad vasca que no se deja arrastrar por dicha hegemonía, aunque el PNV obtenga la citada mayoría holgada. Lo que votan los vascos es en buena medida su propio bienestar y la base de ese bienestar, el concierto y el cupo, el plus en el gasto público por habitante que no es acorde, ni de lejos, con la diferencia en riqueza producida en Euskadi, lo que votan los vascos es su creencia de que ese bienestar y ese diferencial en el gasto público es debido al PNV, que este partido es su mejor defensor. Y lo que vota el ciudadano vasco es la bendición que parece venirle de la mano del Gobierno vasco del PNV para que no tenga que mirarse en el espejo y preguntarse qué hizo, dónde estuvo mientras duró la historia de terror de ETA.

El independentismo se halla en horas bajas en la sociedad vasca, pero Euskadi vota nacionalista porque mira a su bolsillo y a los servicios públicos que recibe sin preguntarse quién y cómo los financia. Con razón ha dicho el lehendakari Urkullu en el momento de votar: que los vascos pongan con sus votos de manifiesto lo singular, lo propio, lo diferente. Eso propio, singular y diferente es el bienestar financiado con el diferencial de gasto público que no se deriva de nuestra mayor riqueza.

Mucho han hablado los analistas de que en el Parlamento vasco que se acaba de elegir habrá una mayoría clara por el derecho de autodeterminación. Es bastante difícil que los tres grupos que lo apoyan, EH Bildu, Podemos y PNV tengan lo mismo en mente cuando hablan de ello, y por ello es difícil que se pongan de acuerdo.

En Euskadi nada es lo que parece. Todo es más complicado, o más sencillo si se hace un mínimo esfuerzo por conocer no las proclamas oficiales de los gobernantes, sino la realidad de los datos, si se mantiene un mínimo de espíritu crítico, si se analizan las propuestas no en el envoltorio que les dan los proponentes, el PNV y el lehendakari Urkullu en lo que se refiere al nuevo estatus de relación con España, sino en los contenidos concretos que exigen una confederación de Euskadi con España. Pero parece que en la villa y corte en estos momentos todo parece bienvenido si es para marcar las diferencias con el independentismo catalán, cuyos comienzos, sin embargo, fueron exactamente los mismos que ahora vemos en Euskadi: la exigencia de una confederación con España, que no otra cosa era la idea de Maragall quien terminó confesándolo después de haber mareado la perdiz con el federalismo. Y ahora sabemos adónde conduce esa confusión.


domingo, 18 de septiembre de 2016

La manzana podrida


LA MANZANA PODRIDA


MARISA CRUZ

El Mundo (18/09/201)




Mariano Rajoy está en el punto de mira. En el centro de la plaza. Todos los ojos se fijan en él. La manzana de Génova, carcomida, reposa sobre su cabeza. Los gusanos devoran el corazón y horadan la piel. Salen a la luz. Y Mariano la sostiene. Peligrosamente.

A cien pasos un ballestero dispara la flecha. ¿Quién es? Él lo sabe, es una mano conocida, de su propia familia. El acero tiene un objetivo: la manzana que lo corona. El riesgo de caer fulminado es muy alto.

Pocas opciones tiene el presidente del PP. Durante demasiado tiempo ha esquivado el peligro y ha protegido la fruta aún a sabiendas de que se pudría. Ahora no tiene escapatoria. Ha de actuar, tiene que moverse pero está amarrado. ¿Tanto teme a los gusanos que anidan junto a a su frente?

Los acontecimientos se han sucedido, al final, muy deprisa. Se venían larvando y ahora se han acelerado. Ha bastado una semana. La gangrena es apreciable a simple vista. La ex alcaldesa de Valencia la ha expuesto con crudeza. Ante los ojos de Rajoy la película de los recuerdos pasa en milésimas de segundo. ¡Ay, qué caro costó aquel SMS! Y aquel, ¡Rita eres la mejor! Y qué decir del ¡cuánto te quiero Paco! Demasiados errores y poca expiación.

Hay que cortar por lo sano, piensan muchos en el partido, aunque el presidente se resista. Es ahora o nunca porque la enfermedad se extiende por el olmo, hendido por el rayo. Se impone la cirugía.

La flecha no se detendrá. Rajoy tiene que entregar la manzana o caerá con ella. Más aún, debe ser él mismo quien la destruya. Se lo piden los suyos, muchos de los suyos. Los que quieren un nuevo futuro. Limpio, sin corrupción. Los que confían en las lluvias de abril y el sol de mayo. De lo contrario, los cantones se sublevarán. La voz de alarma ya ha sido dada.

P.D. del autor de este blog: Se podría firmar un texto similar para la situación de Pedro Sánchez,


martes, 6 de septiembre de 2016

Contra la identidad


CONTRA LA IDENTIDAD

CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO

Extracto del articulo publicado en el El Mundo (05/09/2016)


La defensa de la identidad colectiva es un ejercicio intelectualmente frustrante y políticamente peligroso, también en el caso de Europa. La Europa unida se construyó contra los bloques étnicos, los mitos historicistas y las arengas patrióticas. Enarbolar ahora la identidad, aunque sea como escudo, es renunciar a nuestra mayor conquista: la idea de ciudadanía. Ser un ciudadano significa que ni tu procedencia ni tu aspecto ni tu renta ni tu religión ni tus sentimientos ni tus influencias culturales -es decir, nada de lo que conformaría una supuesta identidad- afectan a tus derechos y obligaciones. Estos existen -y son idénticos a los de tus vecinos- sólo en razón de tu pertenencia a una comunidad democrática de derechos y libertades. No hay nada más valioso. Y pocas cosas más infravaloradas.

Además, ¿cómo se define la identidad europea? El perezoso responde: "Grecia, Roma, el humanismo judeo-cristiano". Pero una cosa son las raíces culturales o filosóficas y otra muy distinta la identidad. Si fueran lo mismo todo lo que llamamos Occidente sería uniforme, de Israel a Haití. Tampoco hay que confundir la defensa de los valores fundamentales con la identidad.

Decimos identidad cuando queremos decir valores porque nos parece que "valores" se queda corto. Es un grave error. No sólo porque esos valores vertebran la civilización, sino porque lo hacen precisamente contra las fuerzas irracionales de la identidad. Los derechos humanos, la libertad, la igualdad ante la ley, el pluralismo, la solidaridad... pueden ser enemigos, antídotos o víctimas de la identidad, pero nunca sus sinónimos.

Cuando alguien proclama "¡Viva la identidad europea!", hay que preguntarle: "¿Y muera quién?" La identidad siempre se define por oposición a un otro, que luego pocos se atreven a definir. Y los que se atreven suelen ser pirómanos. Sucedió a principios del siglo XX y ahora vuelve a ocurrir. Breivik, Bataclan; Brexit, Le Pen; Putin, Trump; nuestros ibéricos Otegi y Puigdemont. Son los identitaristas del siglo XXI. Un grupo transversal que ataca nuestro sistema de paz y libertad. Frente a su amenaza y su arrogancia, Europa no debe anteponer una nueva identidad, sino el más firme rechazo a la identidad como concepto y como proyecto.

La identidad es un concepto remoto. De hecho, pocas cosas hay más primitivas; es el grito de la tribu. Sin embargo, su formulación como consigna moral -identity politics- nace en los años 60, en las universidades norteamericanas. El activismo estudiantil pasa entonces de la reivindicación obrera a la reivindicación identitaria. Surgen como setas nuevas asignaturas definidas por criterios étnicos y de género. Los currículos se atomizan y los módulos se hacen puntuales y narcisistas. Hagan la prueba: descarguen el catálogo de cualquier universidad americana; descubrirán un Babel de compartimentos pequeños, rígidos y estancos. El conocimiento se ha fragmentado. El alumnado, también. Lo que une a los estudiantes -es decir, a los seres humanos- ha cedido ante lo que los diferencia. Y ese culto a la diferencia ha alumbrado sus correspondientes dogmas, inquisidores y autos de fe.

El identitarismo también ha causado estragos en la política. La actual crisis de la socialdemocracia es, en buena medida, la consecuencia de un proceso que el propio Judt describió con lúcida tristeza. La izquierda ha pasado de defender la igualdad a defender la identidad. El feminismo, el movimiento LGTB, el black power, el multiculturalismo, lo étnico, lo local, lo rural... El tradicional universalismo de la izquierda ha quedado sepultado bajo una montaña de reclamaciones identitarias. Y junto a él, la relación entre socialdemocracia y ciudadanía.

Tampoco en esto Spain is different. Si acaso, el peculiar desarrollo del siglo XX español -Guerra Civil, dictadura, relato de vencedor y vencidos- ha agravado la deriva identitaria de nuestra izquierda. Podemos, Izquierda Unida, una parte importante del PSOE: todos legitiman el delirio nacionalista. Todos invocan presuntos derechos históricos, singularidades y sentimientos frente a la igualdad y la libertad de los españoles. Todos comulgan en la condescendencia con Otegi y el apaciguamiento de Puigdemont.

El caso español también ilustra hasta qué punto el identitarismo es reduccionista. Basta indagar en la experiencia de un no nacionalista en Gerona o San Sebastián. El identitarismo niega la posibilidad de que en una misma persona convivan sentimientos distintos, no digamos ya contradictorios. Presiona al individuo para que se defina. Y si no se define, o se define mal, lo castiga. Pocos ejemplos más sórdidos que las acusaciones de autoodio contra los que dicen sentirse catalanes y españoles a la vez. Y ninguno más elocuente que el tiro en la nuca.

Junto con el reconocimiento de la complejidad del individuo, el otro pilar de la convivencia democrática es la drástica rebaja de las emociones, que la identidad también impugna. Cuando todos los argumentos han fracasado, siempre llega, inexorable, la apelación al corazón: "¡Es que yo me siento muy catalán!" Ya. Pero eso es hoy, después de 30 años de adoctrinamiento. Y, además, ¿has pensado cómo se siente tu vecino? ¿Y por qué tus sentimientos son más legítimos o relevantes que los suyos? Ah, porque sois más. ¿Pero cuántos más? ¿Dónde dices que está el listón? ¿Y la frontera? ¿Quién tiene derecho a opinar? ¿Toda la comunidad democrática; todos los actuales propietarios de la soberanía? Ah, no. Sólo tus identitariamente iguales. Uf.

Con los sentimientos es imposible un pacto de ciudadanía.

Cuando miremos atrás, hacia este tiempo de pérdida de sentido y exceso de sensiblería, pensaremos: ¿En qué momento olvidamos la lección? Europa y EEUU ganamos juntos la guerra a la identidad. Construimos un mundo seguro en paz y libertad, pero no hemos preservado su fundamento: el concepto de ciudadanía. Por culpa, condescendencia o miedo, hemos permitido que su némesis, la identidad, se colara por la rendija de la corrección política. Hemos creado guetos culturales y religiosos. Hemos desmantelado los espacios públicos para la discusión común. Y hemos permitido la fragmentación del demos. La resultante segregación está alentando un grave conflicto, no entre cosmopolitas e identitaristas, sino entre identitaristas de distinto signo.

No hay atajos identitarios frente a la identidad. El desafío de Europa no consiste en intentar casar a Voltaire con el Vaticano o la Feria de Sevilla con Calvino. Consiste en reafirmar la ciudadanía. En forjar individuos idénticos sólo ante la ley; vinculados por unos valores universales y superiores; libres, demócratas, cosmopolitas y adultos. Europa debe rearmarse, desde luego. Pero no con una identidad, sino contra la identidad.


martes, 26 de abril de 2016

Los responsables


  • LOS RESPONSABLES



CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO

El Mundo (26/04/2016).

 
EL CRUEL ABRIL. Lunes 11. Una escritora llamada Empar Moliner quema un ejemplar de la Constitución en la televisión pública catalana. La cadena se justifica diciendo que la intención de la 'performance' era metafórica. Moliner insiste luego: "La Constitución no garantiza el derecho de los pobres".

Jueves 14. El secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, presenta en un acto en el Ritz al delegado de la Generalidad en Madrid, Ferran Mascarell. Le dedica enfáticos elogios: "Un independentista de razón". Despeja coquetamente las críticas: "Ferran y yo aceptamos estas cosas como el producto de nuestra personal e intransferible heterodoxia". Y dice que no son ellos los excéntricos sino la España cainita: "En cualquier otro país europeo sería normal".

Domingo 17. El periodista Jordi Évole entrevista en La Sexta al terrorista convicto Arnaldo Otegi, que aprovecha la oportunidad para promover su candidatura a 'lehendakari' y atacar al Estado. El diálogo culmina con otro sorprendente hermanamiento. Otegi: "Por esta entrevista recibiré críticas por los dos lados, Jordi". Évole: "Yo también". Dos víctimas de las víctimas. Sin solución de continuidad, la periodista Ana Pastor entrevista al presidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, que mantiene su intención de destruir al "dragón" español en unos pocos meses.

Miércoles 20. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, tumba una propuesta del PP para organizar un homenaje a la Constitución después de dedicar cuatro días a conmemorar la proclamación de la República. Su número dos lo justifica diciendo que la República es "democráticamente coherente" con los valores del Ayuntamiento y, en cambio, la Constitución "está vacía de contenido".

Hay tres formas de eludir la responsabilidad en el sombrío devenir de un país: "Piove, porco governo". O: "El pueblo tiene el gobierno que se merece". Y: "Las leyes no funcionan". En España proliferan las tres; la última, con fuerza creciente. La reforma de la Constitución se ha convertido en el quijotesco bálsamo de Fierabrás. Los pioneros en su prescripción fueron los socialistas, que querían ocultar su responsabilidad en la centrifugación del Estado. Aquel inolvidable zapaterismo: "Aprobaré el Estatuto que venga de Cataluña". Pero ahora también hay curanderos en Ciudadanos y en el PP, que recetan unas gotas de "ese estremado licor" de la reforma constitucional para remediar los problemas del país. Homeopatía política. Pseudociencia populista.

La Constitución no ha fallado a la democracia; los que han fallado a la democracia son los llamados a defenderla. Los buenos a los que Burke señala por su indolencia. El grupo que el Diccionario define como "minoría selecta o rectora": las élites.

El problema no es que una autoproclamada "payasa escritora" queme la Constitución en ejercicio de su derecho a la ofensa ni que un ayuntamiento populista desprecie la fuente de su propia legitimidad. El problema es que buena parte de los políticos, periodistas y empresarios españoles también dan la Constitución por amortizada y que prácticamente nadie milita en defensa y homenaje de nuestra mejor obra colectiva. El problema no es que un separatista sea delegado de la Generalidad. El problema es que el responsable de la política cultural del Gobierno de España conceda una base racional a sentimientos atávicos. Y que lo haga apelando precisamente a la Europa moderna, que se ha construido contra el nacionalismo y sus millones de muertos. Y el problema, claro, no es que un terrorista convicto aspire a gobernar, sino que las instituciones -políticas, mediáticas, económicas- faciliten su objetivo.

Una gran parte de las élites españolas llevan 40 años en funciones. Por acción y por omisión han favorecido la construcción de un Estado basado en concesiones de orden político al nacionalismo. Muchas de ellas, además, basadas en corruptos negocios personales. ¿Cuántos '#AutonomyPapers' habrá bajo tierra? El resultado es una doble crisis territorial y económica. Un profundo déficit de convivencia y un pertinaz déficit fiscal.

El escaso compromiso de las élites es una de las claves de la historia de España y, en parte, consecuencia de la falta de autoestima. Hace años ya que Raymond Carr y John H. Elliott desmintieron la visión peyorativa que los propios españoles se habían dedicado a propagar sobre sí mismos, desde la leyenda negra. Pero ni aun así. Apatía y autoflagelación; egoísmo y catastrofismo; narcisismo y desconfianza. La incapacidad de articular un relato nacional cívico, coherente e integrador sigue lastrando el proyecto español. Socialmente es más rentable decretar el fracaso que apuntalar el éxito, ponerse de perfil que dar la cara, promover la ruptura que favorecer la reforma. Preferimos los adanes a los adultos, porque hemos elegido vivir en un estado de irresponsabilidad permanente.

Las élites siguen en funciones porque tienen una visión funcionarial de la democracia. Como si la democracia fuera una oposición, el visado a una vida vegetativa. Como si su continuidad dependiera exclusivamente de una rutina interna -el voto- y de una tutela externa -Bruselas-. La democracia concebida como un funcionariado explica buena parte de las tribulaciones presentes. Las élites no han entendido que la democracia ha de defenderse y que esa defensa exige asumir un riesgo moral, social y económico.

No hay un problema catalán o vasco. Hay un problema español.

Hemos confundido la parte con el todo. Hemos convertido al nacionalismo en único interlocutor legítimo y a los no nacionalistas en huérfanos políticos. Hemos cedido el concepto de diversidad a los que publican editoriales únicos y encuadran a las masas. Les hemos entregado las aulas y los platós a costa del pluralismo y la libertad. Hemos legitimado su discurso del agravio fiscal y la ordinalidad insolidaria. Hemos nombrado "español del año" a un nacionalista corrupto y desleal. Nos hemos resignado a la vulneración sistemática de la ley sobre la lengua y los símbolos comunes. Hemos promovido un Estatuto intervencionista e inconstitucional. Hemos legalizado al brazo político de ETA sin exigir a cambio ni la entrega de las armas ni la condena de los asesinatos. Hemos permitido la celebración de una consulta contra el derecho de todos los españoles a decidir su futuro. Hemos apartado el desafío secesionista del debate político, incluso de la campaña de las elecciones generales, porque confundimos el centro con la equidistancia y la defensa de la razón democrática con la radicalidad.

Tampoco hay un problema de populismo. Nuestro problema es la irresponsabilidad.

Hemos generado expectativas de bienestar infinito sabiendo que eran imposibles de cumplir. Hemos antepuesto nuestros prejuicios ideológicos a una educación de calidad, formando los adultos con la comprensión lectora más baja de la OCDE. Hemos hecho negocio con la corrupción: con su ocultación y con su denuncia. Hemos contribuido a la banalización de la política y a la politización de la justicia. Hemos puesto televisiones privadas al servicio de ideas y personalidades corrosivas, y hemos renunciado a la televisión pública como instrumento de pedagogía democrática. Hemos promovido la división de la izquierda creyendo que nos beneficiaría. Hemos pactado con los populistas contra la derecha en comunidades y ayuntamientos. Y hemos jugado a ser colegas de los más vulgares demagogos, trazando una división facilona y falsa entre vieja y nueva política.

¿Nueva política? De momento, seguimos en funciones. Las esperanzas de un gran Acuerdo por la Razón han quedado sepultadas bajo una losa de líneas rojas, vetos personales y cálculos electoralistas. Sánchez, el principal culpable del fracaso: "¿Qué parte del no no ha entendido?" Rajoy: "No tiene sentido que yo acuda a la investidura". Rivera: #MarianoRajao. Y, mientras tanto, en prime time, el tridente Otegi-Iglesias-Puigdemont.

En diciembre se cumplen 40 años de la aprobación de la Ley para la Reforma Política, uno de los ejemplos de responsabilidad colectiva más decisivos de nuestra historia. Por cierto, protagonizado por hombres... y Carmen Díez de Rivera. España no necesita menos testosterona, como sentenció el sábado la presidenta Cifuentes. Tampoco necesita una segunda Transición. Lo que necesita son élites a la altura de la primera. Dispuestas a plantar cara a la demagogia de emoticono.

Hace unos años, en El País, Jürgen Habermas hacía la siguiente reflexión: "¿Qué significa realmente impopular? Si una solución política es razonable, no debe suponer el menor problema plantearla al electorado de una democracia. ¿Y cuándo hacerlo si no es antes de unas elecciones? Cualquier otra opción supone un encubrimiento tutelar".

El verdadero cambio -la revolución- llegará cuando las élites españolas asuman su responsabilidad con la democracia. Es decir, cuando cierren la grieta entre su discurso público y la verdad.

Cayetana Álvarez de Toledo es portavoz de Libres e Iguales.


domingo, 13 de marzo de 2016

Cervantes, Shakespeare y Rajoy.


Cervantes, Shakespeare y Rajoy



Arturo Pérez-Reverte. Suplemento XL (13-03-2016).




No hace mucho, el primer ministro británico, David Cameron, pronunció un discurso y escribió un artículo, distribuido en todo el mundo, sobre Shakespeare y el cuarto centenario de su muerte, que estos días está a punto de cumplirse. En su discurso y su artículo, Cameron subrayó la importancia universal del autor inglés, expresó el orgullo de saberse su compatriota, y demostró que las tareas de gobierno no sólo se refieren al pasteleo político, a cobrar impuestos y todo eso, sino que incluyen, y hasta lo exigen, apoyar y difundir el rico patrimonio nacional que a cada uno le tocó en suerte, rindiendo homenaje a la cultura y la memoria.

Y ahora, oigan, con un acto de poderosa voluntad, imaginemos a Mariano Rajoy Brey -que no sé si a estas alturas seguirá siendo presidente en funciones o se habrá ido a tomar por saco-, pronunciando un discurso o escribiendo un artículo sobre los cuatrocientos años, que también se cumplen ahora, de la muerte de Miguel de Cervantes. Imaginen si pueden -yo, la verdad, no puedo- a Rajoy, con ese agudo punto cultural que tiene, dejando a un lado el Marca y la camiseta de ciclista para ocuparse, por una vez en su puta vida, de algo relacionado con la palabra cultura. Imaginen -insisto que con titánico esfuerzo, quien sea capaz- a ese estólido estafermo, a ese pétreo don Tancredo, a ese primer presidente de gobierno que en cuatro años de mandato nunca visitó la Real Academia Española, del que no consta una foto en un estreno teatral, un concierto, una sala de cine, una librería, contándonos cómo le emocionan las peripecias del ingenioso y desdichado hidalgo, sus diálogos con Sancho Panza, la ternura heroica de la ensoñación y el fracaso. Recordándonos, como Cameron con Shakespeare, que el hombre que escribió la más moderna y más espléndida novela de todos los tiempos era español. Rindiendo homenaje a ese hombre extraordinario, soldado en Lepanto, oscuro funcionario de ventas y caminos, autor inmenso que va a hacer ahora cuatro siglos justos murió pobre, ninguneado, más respetado en el extranjero que por sus ingratos, miserables compatriotas. 

He dicho alguna vez, o varias, que si la mayor parte de los gobiernos españoles desde la democracia se mostraron indiferentes con la cultura, el de Mariano Rajoy ha pasado cuatro años agrediéndola directamente. Su desprecio absoluto llega a la bofetada ruin, al escarnio infame. La campaña de extorsión económica dirigida por el ministro Montoro contra escritores, músicos y cineastas, la canallada de la ministra Fátima Báñez al retirar las pensiones e imponer multas a los escritores jubilados que cobran legítimos derechos de autor, la pasividad ante la piratería que esquilma y arruina, la asfixia económica impuesta por los ministros de Cultura a la Real Academia Española (que hace el Diccionario, la Ortografía y la Gramática, y mantiene el delicado e importante vínculo -alto asunto de Estado- con 500 millones de hispanohablantes), y otras cosas que no caben en esta página, vienen siendo, desde el principio hasta el fin, de una avilantez inaudita. Y como traca final, esta legislatura se despide con la vergüenza internacional del Año Cervantes.

Hay que decirlo y repetirlo hasta que a estos idiotas les zumben los oídos. Frente al anunciado Shakespeare Lives británico, en el que van a participar 140 países con los ingleses echando la casa por la ventana, el ministerio de Cultura español maneja un programa de actividades descoordinado, casposo hasta la náusea, de iniciativas sueltas, metiendo a última hora todo cuanto se le ocurre, por cutre que sea, para engordar el programa desatendido hasta ahora. Porque siempre les ha importado Cervantes un carajo. Y para más recochineo, a las críticas por haber llegado hasta aquí de esta manera, el Gobierno hasta ahora en funciones arguye que es complicado cuadrar agendas, que hay riesgo de politizar el centenario y que la interinidad gubernamental ha complicado las cosas; o sea, como si las cosas se pusieran en pie de un día para otro y en el último momento. Y ahora resulta que después de cuatrocientos años sabiendo que estos días se cumplirá el cuarto centenario cervantino, nadie ha tenido tiempo suficiente para preverlo. 

De todas formas, cuando uno lo piensa, quizá sea mejor así. El mejor monumento a Cervantes y a su Quijote, lo que da sentido exacto a ese libro extraordinario, es precisamente la patria que lo hizo posible: este lugar desmemoriado, ingrato, desleal, miserable, insolidario, analfabeto hasta el suicidio, sin el que nunca habría podido escribirse el libro que mejor nos retrata. Una España donde hoy, como hace cuatrocientos años, seguimos siendo consecuentes con nuestra propia infamia.