Cervantes, Shakespeare y Rajoy
Arturo Pérez-Reverte. Suplemento XL (13-03-2016).
No hace mucho, el primer ministro británico, David
Cameron, pronunció un discurso y escribió un artículo, distribuido
en todo el mundo, sobre Shakespeare y el cuarto centenario de su
muerte, que estos días está a punto de cumplirse. En su discurso y
su artículo, Cameron subrayó la importancia universal del autor
inglés, expresó el orgullo de saberse su compatriota, y demostró
que las tareas de gobierno no sólo se refieren al pasteleo político,
a cobrar impuestos y todo eso, sino que incluyen, y hasta lo exigen,
apoyar y difundir el rico patrimonio nacional que a cada uno le tocó
en suerte, rindiendo homenaje a la cultura y la memoria.
Y ahora, oigan, con un acto de poderosa voluntad,
imaginemos a Mariano Rajoy Brey -que no sé si a estas alturas
seguirá siendo presidente en funciones o se habrá ido a tomar por
saco-, pronunciando un discurso o escribiendo un artículo sobre los
cuatrocientos años, que también se cumplen ahora, de la muerte de
Miguel de Cervantes. Imaginen si pueden -yo, la verdad, no puedo- a
Rajoy, con ese agudo punto cultural que tiene, dejando a un lado el
Marca y la camiseta de ciclista para ocuparse, por una vez
en su puta vida, de algo relacionado con la palabra cultura.
Imaginen -insisto que con titánico esfuerzo, quien sea capaz- a ese
estólido estafermo, a ese pétreo don Tancredo, a ese primer
presidente de gobierno que en cuatro años de mandato nunca visitó
la Real Academia Española, del que no consta una foto en un estreno
teatral, un concierto, una sala de cine, una librería, contándonos
cómo le emocionan las peripecias del ingenioso y desdichado hidalgo,
sus diálogos con Sancho Panza, la ternura heroica de la ensoñación
y el fracaso. Recordándonos, como Cameron con Shakespeare, que el
hombre que escribió la más moderna y más espléndida novela de
todos los tiempos era español. Rindiendo homenaje a ese hombre
extraordinario, soldado en Lepanto, oscuro funcionario de ventas y
caminos, autor inmenso que va a hacer ahora cuatro siglos justos
murió pobre, ninguneado, más respetado en el extranjero que por sus
ingratos, miserables compatriotas.
He dicho alguna vez, o varias, que si la mayor parte
de los gobiernos españoles desde la democracia se mostraron
indiferentes con la cultura, el de Mariano Rajoy ha pasado cuatro
años agrediéndola directamente. Su desprecio absoluto llega a la
bofetada ruin, al escarnio infame. La campaña de extorsión
económica dirigida por el ministro Montoro contra escritores,
músicos y cineastas, la canallada de la ministra Fátima Báñez al
retirar las pensiones e imponer multas a los escritores jubilados que
cobran legítimos derechos de autor, la pasividad ante la piratería
que esquilma y arruina, la asfixia económica impuesta por los
ministros de Cultura a la Real Academia Española (que hace el
Diccionario, la Ortografía y la Gramática, y mantiene el delicado e
importante vínculo -alto asunto de Estado- con 500 millones de
hispanohablantes), y otras cosas que no caben en esta página, vienen
siendo, desde el principio hasta el fin, de una avilantez inaudita. Y
como traca final, esta legislatura se despide con la vergüenza
internacional del Año Cervantes.
Hay que decirlo y repetirlo hasta que a estos
idiotas les zumben los oídos. Frente al anunciado Shakespeare
Lives británico, en el que van a participar 140 países con los
ingleses echando la casa por la ventana, el ministerio de Cultura
español maneja un programa de actividades descoordinado, casposo
hasta la náusea, de iniciativas sueltas, metiendo a última hora
todo cuanto se le ocurre, por cutre que sea, para engordar el
programa desatendido hasta ahora. Porque siempre les ha importado
Cervantes un carajo. Y para más recochineo, a las críticas por
haber llegado hasta aquí de esta manera, el Gobierno hasta ahora en
funciones arguye que es complicado cuadrar agendas, que hay riesgo de
politizar el centenario y que la interinidad gubernamental ha
complicado las cosas; o sea, como si las cosas se pusieran en pie de
un día para otro y en el último momento. Y ahora resulta que
después de cuatrocientos años sabiendo que estos días se cumplirá
el cuarto centenario cervantino, nadie ha tenido tiempo suficiente
para preverlo.
De todas formas, cuando uno lo piensa, quizá sea
mejor así. El mejor monumento a Cervantes y a su Quijote, lo que da
sentido exacto a ese libro extraordinario, es precisamente la patria
que lo hizo posible: este lugar desmemoriado, ingrato, desleal,
miserable, insolidario, analfabeto hasta el suicidio, sin el que
nunca habría podido escribirse el libro que mejor nos retrata. Una
España donde hoy, como hace cuatrocientos años, seguimos siendo
consecuentes con nuestra propia infamia.
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