- MAYTE ALCARAZ (Extracto del artículo publicado en El Debate 18-8-2023)
Más enternecedor que lo de Narbona fue escuchar estos días a analistas políticos poner en duda que el forajido de Waterloo le prestaría sus votos al presidente en funciones. Ni cálculos electorales, ni miedo a que le pase como a ERC, ni juego de tronos con Junqueras, aquí solo había una verdad: un delincuente declarado en rebeldía y su abogado investigado por narcotráfico no podían dejar escapar al presidente más débil y felón de la democracia, dispuesto a darles el manso a cambio de seguir durmiendo en el colchón monclovita y más que preparado para todas las concesiones destituyentes del régimen del 78: una ley orgánica de amnistía que nos dibuja como una dictadura ante el mundo y un referéndum para trocear España. Además, habrá una comisión de investigación sobre Pegasus o «las cloacas del Estado» y se aprobará el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso y en las instituciones europeas: la degradación es absoluta.
Esa es una realidad lamentable. La segunda, y no menos grave, es que los votantes de la derecha en España tengan que seguir asistiendo a un juego de parvulario entre Vox y el PP, que condena a once millones de electores a ver cómo su sufragio –dividido y enfrentado– no sirve para nada práctico. Que Vox votara ayer en la Mesa a su propio candidato, Gil Lázaro, y no a la del PP, Cuca Gamarra, era un pasaporte directo a que Armengol y Sánchez ganaran. Si ambos partidos son incapaces de pactar la Mesa del Congreso, la mínima posibilidad de una investidura con éxito de Feijóo es ya un canto a la melancolía por mucho de que haya compromiso de apoyo de Abascal sin nada a cambio. El PP sin Vox vuelve a la casilla de salida: 137 diputados, más el de UPN y la de Coalición Canaria, que le llevaron a un pírrico resultado de 139 votos, impropio para la número 2 del partido, jugada fuerte de Feijóo que choca con la evidente fractura con Vox.
Ahora pasaremos a la guerra de culpabilidades. Con 33 escaños, tercera fuerza del Congreso, no era lógico que Vox se quedara sin estar en la Mesa de las Cámaras por la falta de voluntad de Génova, pero hay metas superiores por las que cabe trascender determinadas exigencias: si no, Sánchez será eterno gobernante, tenemos sanchismo para largo.
Mientras nadie esté a la altura, todas las malas acciones de Pedro tendrán premio. Ayer cantó línea. Ahora quiere cantar bingo en la investidura, con la ayuda de Puchi, que sigue acercándonos a la ruptura de España. De entrada, la nueva presidenta del Congreso, fundamental en las consultas del Rey para la investidura y en la tramitación legislativa, es una nacionalista camuflada de socialista, hoolligan del sanchismo, que miró para otro lado mientras prostituían a menores tuteladas por su Comunidad, fue pillada de farra en plena pandemia y ha optado por imponer el catalán en la sanidad balear a costa de priorizarlo sobre los conocimientos científicos de los médicos. Una presidenta «sensible», como pedía el prófugo, que ayer decretó que hablar en español en las Cortes es franquista y jurar o prometer el cargo, un anacronismo, cuando se puede hacer por Snoopy o por los pechos de Amaral.
Pues no vamos mal, así que PP y Vox pueden seguir jugando al escondite. Menos mal que ayer en Zaragoza una joven dama cadete española nos permitía mirar al futuro con alguna certeza. Algo es algo.