Socializar
la mentira
ANTÓN LUIS HARANBURU ALTUNA (El Correo, 26-10-2018).
Las unidades didácticas sobre ETA exoneran de responsabilidad al nacionalismo institucional que compartió ideas y objetivos con el que ha practicado el terrorismo
Tras la derrota del nacionalsocialismo en
Alemania, a Konrad Adenauer no se le ocurrió llamar a las
escuelas a los miembros de las SS o la Gestapo para que
explicaran a los niños de aquel país su percepción de la
política o facilitaran la convivencia entre los germanos.
Tampoco en la España posfranquista se llamó a los falangistas
de Girón o Blas Piñar para que dieran su versión sobre lo
acontecido durante la dictadura en aras de la reconciliación
nacional. Pero en el País Vasco somos tan distintos y originales
que convocamos a terroristas convictos para que expliquen a
nuestros hijos y nietos su visión sobre la convivencia entre
vascos.
La propuesta de unidades didácticas
sobre el terrorismo realizada por Jonan Fernández tiene la
virtud de concitar el rechazo unánime de cuantos
aspiramos a vivir en un País Vasco libre de la opresiva
mitografía nacionalista. Las unidades didácticas de Fernández
tienen, en última instancia, la intencionalidad de socializar la
mentira. Una mentira urdida por ETA y sus secuaces y apadrinada
por el nacionalismo institucional, que pretende asentar su
posverdad sobre el terrorismo nacionalista que ha asolado el País
Vasco durante décadas.
Nada tiene de extraño que quienes un día
pretendieron ‘socializar el sufrimiento’ pretendan ahora
socializar su mentirosa posverdad. Una mentira basada en la
concepción posmoderna de la verdad, que prima la
subjetividad y la percepción en detrimento de la objetividad del
dato. El dato concreto y la verdad constatable pierden su
inmediatez asertiva cuando los sometemos a la perspectiva de la
‘longue durée’, al que se refería Fernand Braudel, pero
ello no significa que su veracidad decaiga. La Historia, con
mayúscula, cobra sentido cuando los hechos se analizan desde la
perspectiva del largo periodo, pero pueden convertirse en mentira
cuando se manipulan mediante la mezcla de datos, emociones,
sentimientos y consideraciones ideológicas.
Ampliar el foco de análisis no siempre favorece
la verdad y, a veces, es el instrumento para deformar los hechos
y negar su veracidad. Es lo que la propuesta de Jonan Fernández
hace al ampliar el foco del terrorismo a la represión
franquista, a los excesos policiales y a los infaustos casos de
tortura que contextualizan el terrorismo nacionalista de ETA. En
esta amalgama de vulneraciones de los derechos humanos, el
terrorismo etarra cobra plausibilidad como una violencia de
respuesta a una situación opresiva y carente de garantías
democráticas. El terrorismo se convierte, así, en una más de
las vulneraciones de derechos que la ampliación del foco permite
observar. Ni que decir tiene que, de este modo ,el terrorismo
etarra encuentra su perfecta ubicación ideológica en la
subjetiva teoría del conflicto que anima la pervivencia y
reproducción del nacionalismo.
La existencia de un supuesto conflicto que
enfrenta a los vascos con España es la piedra angular de la
ideología nacionalista. Lo fue en su fundación por parte de
Sabino Arana y lo sigue siendo en la actualidad como principal
premisa ideológica. ETA llevó a su paroxismo la existencia del
supuesto conflicto y ejerció el terror en nombre de dicha
falacia. Porque el supuesto conflicto que enfrenta a España y al
País Vasco no deja de ser una mentira interesada, que no resiste
ni el análisis histórico ni la percepción mayoritaria de la
población vasca. El supuesto conflicto elevado a categoría de
mítico postulado no deja de ser otra mentira, pero ejerce una
poderosa influencia sobre el imaginario del nacionalismo vasco.
Sin el mito del conflicto, el nacionalismo vasco carece de
sentido, ya que el conflicto entre España y los vascos
configura su marco cognitivo y político.
Es por ello que las unidades didácticas que el
Gobierno vasco pretende llevar a las escuelas insisten en
mantener el mito del conflicto, enmarcando en él todas las
violencias habidas desde 1936 hasta la actualidad. En este
contexto interpretativo la violencia nacionalista de ETA es «una
más» entre las violencias y encuentra su sentido en el marco
epistémico del conflicto.
Junto al postulado del conflicto, la propuesta
del Ejecutivo autónomo pretende exonerar de toda
responsabilidad al nacionalismo institucional que nos gobierna
desde hace cuatro décadas. La eventual autocrítica no va
más allá de una falta de sensibilidad o, acaso, de una ausencia
de empatía con las víctimas, pero en ningún caso asume la
responsabilidad política de compartir objetivos e ideas con el
nacionalismo que ha practicado el terrorismo. Es como si ETA y
sus secuaces hubieran nacido por generación espontánea y nada
tuvieran que ver con el ideario común al nacionalismo.
Las escuelas vascas tienen ya demasiada carga
ajena a la adquisición del conocimiento y son víctimas de una
sobrecarga política disfrazada de reconocimiento de lo propio.
La escuela de Euskadi necesita liberarse de la función
adoctrinadora y reproductora del nacionalismo cultural para ser
útil y eficaz en la formación de las futuras generaciones
vascas. El informe PISA, entre otros, señala las graves
carencias de nuestro sistema educativo al que no es ajena la
sobrecarga ideológica. La propuesta de Fernández-Urkullu va en
la dirección de incrementar esa sobrecarga. El lehendakari ha
solicitado aportaciones para mejorar la aberrante propuesta de
Fernández, pero mejor sería que lo guardara en el más oscuro
de los cajones. Socializar la mentira equivale a obturar el
futuro de todos.