El objeto
del voto vasco
JOSEBA ARREGI
El Mundo (27/09/2016)
Aunque parezca muy sencillo, no está muy claro lo
que han votado los vascos, pues nada es sencillo en Euskadi. Aunque
también sería válido afirmar que está muy claro
lo que han votado los vascos. Pero eso que está tan claro, no es
lo que parece a primera vista.
Antes de entrar a analizar esa paradoja, es preciso
afirmar que la primera fuerza, con diferencia, es de nuevo el PNV,
que consigue aumentar su número de diputados en el Parlamento vasco
en dos. A pesar de este aumento, sigue lejos de la mayoría
absoluta. La segunda posición la ocupa EH Bildu, que pierde
cuatro escaños en comparación con las anteriores elecciones
autonómicas. Todo apunta a que continúa el estancamiento de esta
fuerza política y que ya no es capaz de aprovechar el hecho de que
ETA no mate como antaño aprovechaba las treguas de la banda.
Además, le ha surgido una competencia en el lado
nacionalista radical en Podemos en la medida en que este partido
defiende algo que suena a derecho de autodeterminación, aunque no
está muy claro en cuál de sus modalidades y significados. El nuevo
partido en el Parlamento vasco esperaba mejores resultados y parece
que el gran momento de euforia novedosa ha comenzado a replegarse, lo
cual no evita que por el lado socialista no sea capaz de hacer una
dura competencia al PSE, que baja
siete escaños. Un varapalo en toda regla, pues
significa perder casi la mitad de su representación para quedarse al
mismo nivel del PP, que pierde un solo escaño.
Queda, pues, un Parlamento complicado, cosa nada
extraña en la que se ha dado en llamar una isla de estabilidad en el
caótico mapa político español. El único
momento duradero de estabilidad política que permitía gobernar con
una mayoría en el Parlamento, la verdadera garantía de estabilidad
en una democracia parlamentaria, fue mientras duraron los gobiernos
de coalición entre PNV y PSE. En el resto del tiempo se ha gobernado
siempre en minoría, con pactos puntuales, siempre condicionados por
otros pactos en otras instituciones.
Esta situación puede llamar la atención. ¿Cómo
se consigue transmitir la sensación de estabilidad gobernando en
minoría, cuando no se hace en coalición con otro partido con el que
se comparte gobierno? La respuesta a esta pregunta abre la puerta al
análisis apuntado en la primera reflexión: ¿qué votan
realmente los vascos, más allá de las siglas de los partidos
políticos? Conocidas las encuestas
preelectorales, los medios vascos, pero no sólo
ellos, titulaban con "Victoria holgada del PNV". Es cierto,
pues la diferencia con el segundo partido es sustancial, pero la
distancia con la mayoría absoluta es casi igual de grande. Pero,
paradójicamente, el nacionalismo tradicional, el nacionalismo del
PNV parece ser hegemónico. ¿En qué se nota esa hegemonía? Se
palpa, se percibe, en los medios, en las noticias, en el mundo de la
cultura, en las opiniones publicadas.
Pero sobre todo en que es el nacionalismo del PNV
el que define los temas, las cuestiones y los ejes que deben
caracterizar la política vasca. Si el PNV decide que el tema más
importante es el nuevo estatus que defina la relación con España,
en términos de bilateralidad, de igual a igual,
blindando las competencias de Euskadi y con una sala especial para
asuntos vascos en el Tribunal Constitucional con miembros nombrados
en Euskadi, parece obligatorio que el resto de partidos tenga que
entrar al debate. Si el PNV decide que se está produciendo una
recentralización por parte del Gobierno, todo el
mundo se siente obligado a defender el autogobierno, y algunos además
se sienten obligados a afirmar que ellos también quieren más
autogobierno -el PSE y Podemos-. Si el PNV decide
que es preciso realizar una defensa cerrada del concierto, que es
preciso equiparar cupo y concierto -algo que no es cierto-,
todo el mundo se siente obligado a la misma defensa y a la misma
confusión. Lo común es defender más autogobierno como garantía
del bienestar vasco, olvidándose que la fuente de ese bienestar
está, en buena medida, en el diferencial entre la superior riqueza
producida por los ciudadanos vascos y el aún mucho mayor gasto
público por ciudadano, producto no necesariamente del concierto,
sino de su aplicación en el cupo y otras vías. Pero nadie pone en
duda ni el concierto ni el cupo, nadie subraya el déficit creciente
en pensiones que tiene Euskadi: 2.300 millones según las últimas
noticias.
Lo común es defender más autogobierno, sin decir
nunca dónde se acaba, cuál es la meta si no es un autismo político,
una autarquía igual a la independencia, pero sin
atreverse a afirmar que no es en absoluto necesario una reforma en
profundidad del Estatuto de autonomía, que es un capricho del PNV
porque lo necesita o porque tiene que mostrar una cara más radical
para no quedar retrasado en relación a EH Bildu. El PSE se ha visto
obligado, es un ejemplo, a afirmar que están dispuestos a recoger
que Euskadi es una nación si por nación se entiende algo matizado.
Pero nadie se atreve a decir que Euskadi es
más plurinacional que España, que la mayoría de los
ciudadanos del País Vasco son plurales en sí mismos, siendo, en
diferentes grados, vascos y españoles a quienes por voluntad del PNV
se les obligará en el futuro estatus a mantener relaciones
bilaterales consigo mismos, a la esquizofrenia o el bipolarismo. Si
el PNV afirma que la obligada renuncia al terror por parte de ETA
abre el camino a la paz entendida como reconciliación metiendo en el
mismo saco a las víctimas de la guerra civil, del franquismo, de los
GAL y de ETA, apostando por una memoria que recoja todo y obviando
con toda claridad que es ETA y su terror lo que ha marcado la
historia vasca de los últimos 55 años, respaldando así la latente
voluntad de olvido de buena parte de la sociedad vasca por
incapacidad de mirarse al espejo y preguntarse dónde estuvieron y
qué hicieron mientras duró ese terror, muy pocos se atreven a
levantar la voz, luchar contra el olvido y el blanqueo de la historia
de terror de ETA, y aplauden las vías privadas del perdón, el
abrazo, la reconciliación personal.
No puede extrañar, pues, el resultado del PNV. Lo
que debiera extrañar es lo contrario: cómo, en esas condiciones de
hegemonía y con la poca resistencia de los partidos políticos en el
día a día de la política, exista todavía una parte de la
sociedad vasca que no se deja arrastrar por dicha hegemonía,
aunque el PNV obtenga la citada mayoría holgada. Lo que votan los
vascos es en buena medida su
propio bienestar y la base de ese bienestar, el
concierto y el cupo, el plus en el gasto público por habitante que
no es acorde, ni de lejos, con la diferencia en riqueza producida en
Euskadi, lo que votan los vascos es su creencia de que ese bienestar
y ese diferencial en el gasto público es debido al PNV, que este
partido es su mejor
defensor. Y lo que vota el ciudadano vasco es la
bendición que parece venirle de la mano del Gobierno vasco del PNV
para que no tenga que mirarse en el espejo y preguntarse qué hizo,
dónde estuvo mientras duró la historia de terror de ETA.
El independentismo se halla en horas bajas en la
sociedad vasca, pero Euskadi vota nacionalista porque mira a su
bolsillo y a los servicios públicos que recibe sin preguntarse
quién y cómo los financia. Con razón ha dicho el lehendakari
Urkullu en el momento de votar: que los vascos pongan con sus votos
de manifiesto lo singular, lo propio, lo diferente. Eso propio,
singular y diferente es el bienestar financiado con el diferencial de
gasto público que no se deriva de nuestra mayor riqueza.
Mucho han hablado los analistas de que en el
Parlamento vasco que se acaba de elegir habrá una mayoría clara por
el derecho de autodeterminación. Es bastante difícil que los tres
grupos que lo apoyan, EH Bildu, Podemos y PNV tengan lo mismo en
mente cuando hablan de ello, y por ello es difícil que se pongan de
acuerdo.
En Euskadi nada es lo que parece. Todo es más
complicado, o más sencillo si se hace un mínimo esfuerzo por
conocer no las proclamas
oficiales de los gobernantes, sino la realidad de los
datos, si se mantiene un mínimo de espíritu crítico, si se
analizan las propuestas no en el envoltorio que les dan los
proponentes, el PNV y el lehendakari Urkullu en lo que se
refiere al nuevo estatus de relación con España, sino en los
contenidos concretos que exigen una confederación de Euskadi con
España. Pero parece que en la villa y corte en estos momentos todo
parece bienvenido si es para marcar las diferencias con el
independentismo catalán, cuyos comienzos, sin embargo, fueron
exactamente los mismos que ahora vemos en Euskadi: la exigencia de
una confederación con España, que no otra cosa era la idea de
Maragall
quien terminó confesándolo después de haber mareado la perdiz con
el federalismo. Y ahora sabemos adónde conduce esa confusión.