sábado, 3 de octubre de 2020

Lo paramos unidos

Lo paramos unidos


JORGE BUSTOS - El Mundo (3-10-2020).

Vetar al Rey es protegerlo. Aplaudir a Bildu es saludar su compromiso con España. Negar la alternancia es el cometido de los demócratas. Excluir de la Constitución al PP e incluir a Podemos y ERC es reivindicar el compromiso del PSOE con el 78. Vitaminar a Vox es luchar contra el fascismo. Multiplicar los dedazos es cuidar del pueblo. Los condenados del 1-O son inocentes. Los posados de Irene empoderan y la inteligencia de Cayetana ofende.  Lanzar una campaña nazi para retratar a Ayuso como desequilibrada es impulsar la agenda feminista. Franco no y Felipe González tampoco, pero Largo Caballero sí. Renunciar a la exigencia es educar. Engañar es pactar. Dividir es reunir. Someter es amar. La ruina enriquece. La destrucción del tejido laboral arroja el mejor dato de empleo de la década.  El caos es lo que llamamos cogobernanza. La deuda libera. El odio purifica. La imposición trae consenso. Tirar el virus a la cabeza de los madrileños es pararlo unidos. Morir es una manera como cualquier otra de salir más fuerte.

Cuida de la libertad, confió Rorty, y la verdad se cuidará sola. Bien, esa confianza ha caducado. El optimismo epistémico del liberal ha muerto a manos de internet y su ritmo de espasmo que nos licúa el cerebro. Ya no se pilla antes a un mentiroso que a un cojo porque la política española -«venenosa», dice  The Economist- es un  certamen paralímpico de troleros  liderado por un campeón del plagio académico y el cemento facial. Bajo el régimen sanchista al político se le exonera de una conciencia y a cambio, si se porta bien, será bendecido con un riñón, cubierto por la lana extraída al ciudadano.  Si la rendición de cuentas está desfasada  y la irresponsabilidad se socializa, la democracia posmoderna retrocede a picaresca feudal. El sanchismo es un comedero de cormoranes que se publicita como el lago de los cisnes.

Hay un periodismo numantino que señala el abuso y exige responsabilidades. Pero esa misión presupone a alguien que se avergüence de su infamia, mientras que  Sánchez hace con sus escándalos lo que Homer con las rosquillas: otra más no se le indigestará. Ni siquiera necesita perseguir periodistas; ya se ocupa la mara digital de la Podemia Salvatrucha, con sus dianas de firmas desafectas. El sanchismo no necesita checas: le basta  corromper el lenguaje  bajo los cañones de su propaganda, que nos rocían sin pausa de nieve sucia como en una Baqueira para lerdos. Para eso armó Redondo -ese hombre cuya relación con la verdad está gráficamente expresada en su peinado- una brunete de semióticos que alzan a diario un muro trumpista entre la realidad y las palabras, socavando su vínculo, sustituyéndolo por  la neolengua de la Nueva Normalidad. Hasta que nadie distinga, como en la fábula de Orwell, a los hombres de los cerdos.


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