lunes, 27 de julio de 2020

La tiranía del presente

La tiranía del presente



Joseba Arregi

Extracto del artículo publicado en El Correo (24-6-2020)

Todo es nuevo, todo es viejo, nadie se preocupa por ver tendencias a largo plazo, ni mirando al pasado ni pensando en el futuro.


Es fácil de entender que muchos anden buscando algún oasis en el que saciar su sed de estabilidad y de certeza. Lo que resulta increíble es que se encuentre tal oasis en un rincón que sigue sin querer saber nada de su pasado marcado por el terror de ETA, gobernado por un partido que firmó el año 1998 un pacto secreto con HB y ETA excluyendo a los partidos no nacionalistas de la gobernación futura de Euskadi. Que no ha renegado nunca expresamente de dicho pacto. Que ha aprobado en el Parlamento vasco, con tres votos de HB, el plan Ibarretxe para reformar la Constitución bajo la excusa de una reforma estatutaria. Que ha vuelto a firmar un acuerdo con Bildu para un nuevo Estatus para Euskadi de exclusión de los no-nacionalistas. Que aprobó los Presupuestos del PP en el Parlamento español para, a la semana siguiente, apoyar la moción de censura destructiva -sin programa pactado de gobierno ni Presupuestos pactados- en base a una frase en una sentencia que no tenía nada que ver con el asunto que se juzgaba. Que, por lo tanto, es responsable del Gobierno español y de todas las consecuencias de su actuación, responsable de buena parte de crispación correspondiente. Un oasis basado en renegar de facto cada día de lo dicho y hecho el día anterior.


jueves, 9 de julio de 2020

Ganar con un ceso amañado


Ganar con un censo amañado
Isabel San Sebastián. ABC (9-julio-2020)
Recuerdo con dolorosa claridad las elecciones al Parlamento vasco celebradas en 2001. ETA había bañado en sangre los meses previos a los comicios, con una oleada de atentados perpetrados contra concejales del PP y el PSOE. El suyo no era en modo alguno «terrorismo indiscriminado», como se nos ha intentado hacer creer después, sino violencia selectiva, despiadada e implacable dirigida contra los representantes de los partidos constitucionalistas que defendían la libertad en el País Vasco y también, aunque en menor medida, los periodistas que osábamos denunciar la barbarie de la banda y sus repugnantes pactos de auxilios mutuos establecidos desde antiguo con los peneuvistas recogedores de nueces. En ese escenario de terror causado por los pistoleros, justificado sin pudor alguno por sus compañeros de Euskal Herritarrok, hoy rebautizada como Bildu, aprovechado desvergonzadamente por el nacionalismo mal llamado “moderado”y soportado con extraordinario valor por los candidatos de las fuerzas democráticas empeñadas en mantener en pie el Estado de Derecho, fueron a votar los vascos. O mejor dicho, los que aún seguían censados en su lugar de origen, toda vez que más de doscientos mil habían huido a esas alturas de la extorsión y las amenazas constantes del conglomerado etarra. Populares y socialistas concurrían juntos bajo la bandera de la Carta Magna. ETA/EH estaba acaudillada por Arnaldo Otegi, exactamente igual que ahora. Y, atenazados por el miedo a perder el poder a manos del formidable equipo encabezado por Mayor Oreja y Redondo Terreros, PNV y Euskal Alkartasuna habían unido sus fuerzas bajo el liderazgo de Ibarretxe. El resultado fue ajustado, pero acabó imponiéndose el separatismo por un margen de apenas 30.000 votos. Ganó la coacción frente a la valentía. Triunfó la muerte frente a la gallardía. Los verdugos y sus cómplices se apoderaron de las plazas, que tantas, demasiadas víctimas habían intentado defender a costa de perder la vida.
La historia va a repetirse el día doce, corregida y aumentada por el paso de dos décadas que han consolidado el dominio absoluto de un PNV “de rostro amable”, aunque no por ello menos desleal a España y la Constitución: una ETA blanqueada por el infame “proceso de paz” iniciado por Zapatero, que ya no mata porque no le interesa pero ha sacado un extraordinario provecho de cada “muerto puesto sobre la mesa” durante su largo historial criminal; un PSOE entregado a los asesinos de los que fueron sus héroes, hasta el punto de pactar con ellos el gobierno de Navarra o la investidura de Pedro Sánchez, y un PP debilitado por la frustración, la pérdida de sus principales señas de identidad durante la etapa de Alfonso Alonso y la fragmentación del espacio que antes ocupaba en solitario.
Si hemos de creer las encuestas, los independentistas barrerán en las urnas vascas. Lo harán con un censo amañado por el éxodo masivo de ciudadanos hartos de sufrir intimidación y abusos, aunque tal circunstancia no restará validez a su victoria. El PNV aumentará su cómoda mayoría y volverá a gobernar apoyándose en un socialismo ávido por recibir alguna migaja de su festín. Bildu se consolidará como segunda fuerza y hasta podría crecer, en una clara demostración de que el mal a menudo triunfa, por descorazonadora que resulte la idea. Iturgaiz hará lo que pueda, derrochando una vez más arrojo para hacer frente a la adversidad, aunque podrá hacer muy poco. En mi querido País Vasco la razón de la fuerza sumada a la inmoralidad se impondrá de nuevo a la fuerza de una razón empeñada en mantener la dignidad.