Ganar
con un censo amañado
Isabel
San Sebastián. ABC (9-julio-2020)
Recuerdo
con dolorosa claridad las elecciones al Parlamento vasco celebradas
en 2001. ETA había bañado en sangre los meses previos a los
comicios, con una oleada de atentados perpetrados contra concejales
del PP y el PSOE. El suyo no era en modo alguno «terrorismo
indiscriminado», como se nos ha intentado hacer creer después, sino
violencia selectiva, despiadada e implacable dirigida contra los
representantes de los partidos constitucionalistas que defendían la
libertad en el País Vasco y también, aunque en menor medida, los
periodistas que osábamos denunciar la barbarie de la banda y sus
repugnantes pactos de auxilios mutuos establecidos desde antiguo con
los peneuvistas recogedores de nueces. En ese escenario de terror
causado por los pistoleros, justificado sin pudor alguno
por sus compañeros de Euskal Herritarrok, hoy rebautizada como
Bildu, aprovechado desvergonzadamente por el nacionalismo mal llamado
“moderado”y soportado con extraordinario valor por los candidatos
de las fuerzas democráticas empeñadas en mantener en pie el Estado
de Derecho, fueron a votar los vascos. O mejor dicho, los que aún
seguían censados en su lugar de origen, toda vez que más de
doscientos mil habían huido a esas alturas de la extorsión y las
amenazas constantes del conglomerado etarra. Populares y socialistas
concurrían juntos bajo la bandera de la Carta Magna. ETA/EH estaba
acaudillada por Arnaldo Otegi, exactamente igual que ahora. Y,
atenazados por el miedo a perder el poder a manos del formidable
equipo encabezado por Mayor Oreja y Redondo Terreros, PNV y Euskal
Alkartasuna habían unido sus fuerzas bajo el liderazgo de Ibarretxe.
El resultado fue ajustado, pero acabó imponiéndose el separatismo
por un margen de apenas 30.000 votos. Ganó la coacción frente a la
valentía. Triunfó la muerte frente a la gallardía. Los verdugos y
sus cómplices se apoderaron de las plazas, que tantas, demasiadas
víctimas habían intentado defender a costa de perder la vida.
La
historia va a repetirse el día doce, corregida y aumentada por el
paso de dos décadas que han consolidado el dominio absoluto de un
PNV “de rostro amable”, aunque no por ello menos desleal a España
y la Constitución: una ETA blanqueada por el infame “proceso de
paz” iniciado por Zapatero, que ya no mata porque no le interesa
pero ha sacado un extraordinario provecho de cada “muerto puesto
sobre la mesa” durante su largo historial criminal; un PSOE
entregado a los asesinos de los que fueron sus héroes, hasta el
punto de pactar con ellos el gobierno de Navarra o la investidura de
Pedro Sánchez, y un PP debilitado por la frustración, la pérdida
de sus principales señas de identidad durante la etapa de Alfonso
Alonso y la fragmentación del espacio que antes ocupaba en
solitario.
Si
hemos de creer las encuestas, los independentistas barrerán en las
urnas vascas. Lo harán con un censo amañado por el éxodo masivo de
ciudadanos hartos de sufrir intimidación y abusos, aunque tal
circunstancia no restará validez a su victoria. El PNV aumentará su
cómoda mayoría y volverá a gobernar apoyándose en un socialismo
ávido por recibir alguna migaja de su festín. Bildu se consolidará
como segunda fuerza y hasta podría crecer, en una clara demostración
de que el mal a menudo triunfa, por descorazonadora que resulte la
idea. Iturgaiz hará lo que pueda, derrochando una vez más arrojo
para hacer frente a la adversidad, aunque podrá hacer muy poco. En
mi querido País Vasco la razón de la fuerza sumada a la inmoralidad
se impondrá de nuevo a la fuerza de una razón empeñada en mantener
la dignidad.